sábado, 27 de febrero de 2010

Adam Smith va poco a la Feria

PASAN LOS DÍAS, cada uno con su afán, pero no cae en el olvido la entrevista en estas mismas páginas días atrás con Jaime Bretón en la que refutaba a conciencia que se hubiera adjudicado una caseta de Feria aunque a la vuelta de los años –así es la vida– se hubiera incorporado como socio a una peña de amigos que consiguió la suya cuando él estaba de delegado de Fiestas Mayores. Que ya es casualidad, por cierto. O tino con los amigos. O ambas cosas a la vez. En fin, no vamos a entrar en polémicas.

Más enjundia tenía, sin embargo, su confesión espontánea de que le había asignado casetas, a título personal, a ilustres representantes de la vida social y económica de la ciudad. Bretón citaba expresamente al presidente del Consejo de Cofradías, al director regional de El Corte Inglés, a Aceites del Sur, a Ecovol, al presidente del Club de Enganches y a Luis Uruñuela como ex alcalde.

Desconozco –porque Bretón no lo decía y a mí me ha dado pereza preguntarlo, ésa es la verdad– si todas estas personalidades de la vida pública sevillana han devuelto la caseta al Ayuntamiento o se la han traspasado a sus sucesores cuando ha cesado la actividad empresarial o de representación por la que les fue concedida. Salvo Uruñuela, claro, que no va a dejar nunca de ser ex regidor de Sevilla.

Lo más chocante es que sostenía Bretón que este singular sistema de adjudicación ad hominem venía respetándose con independencia de qué partido gobernara el Ayuntamiento. O sea, que el delegado de Fiestas Mayores era quien evaluaba la conveniencia de que una empresa o una asociación de la ciudad dispusiera de espacio propio en el real de la Feria donde cerrar tratos, convidar a proveedores, estrechar lazos con clientes y todo lo que se hace en una caseta de Feria, verbigracia la de Alfonso Mir, mientras los figurantes cantan y bailan para darle prestancia.

No se lleven las manos a la cabeza todavía. Tampoco es cuestión de escandalizarse, porque en este caso, el mal no es genuinamente sevillano. Es simplemente el modo en que evolucionan las cosas cuando se les aplica la férula de la concesión administrativa. Si además se hace bajo cuerda, el resultado es el que es.

La mano invisible de Adam Smith resolvía esto de un plumazo dándole las casetas a los mejores postores en una subasta pública y abierta. Pero como tampoco es plan, un punto intermedio podría ser que las concesiones rotaran para que nadie se sienta con más derechos que otros. El mercado siempre acaba con el mercadeo, que es lo que hay aquí.

Si no llega a ser por la corta...

LA RIADA MILENARIA tendrá que esperar. Por mucho que impresione el caudal de 2.500 metros cúbicos por segundo (algo así como vaciar a la vez 150 millones de botellas de un litro cada minuto), el Guadalquivir ha alcanzado puntas de crecidas todavía más elevadas: la riada centenaria (por su recurrencia cada cien años en los cálculos de los ingenieros hidráulicos) alcanzaba de media hasta 9.000 metros cúbicos por segundo que se traducía en inundaciones de 10 metros de altura en el casco urbano.

Los pantanos de la cuenca, aunque no lo parezca, son los que nos han defendido de esta avenida. Es muy común considerar que la única función de los embalses es almacenar el agua para asegurar el suministro durante el estiaje, cuando resulta tan vital o más la capacidad de regulación del curso fluvial en sucesos tan críticos como el que hemos vivido en los últimos días.

Mientras la presa de Alcalá del Río, el último obstáculo con el que se encuentra el Guadalquivir antes de discurrir libremente por los meandros de su estuario, esté a medio llenar es señal de que hay margen para laminar una crecida superior a los algo menos de 300 hectómetros cúbicos que puede llegar a desaguar el río en un día de riada como el martes.

Hay que darle la enhorabuena a los ingenieros de la Confederación Hidrográfica por la excelente gestión que han hecho desembalsando al límite de la capacidad de los pantanos de la cuenca. En las circunstancias vividas, que sólo las zonas bajas de Lora del Río hayan sufrido la furia del Río Grande, es para felicitarse.

La corta de la Cartuja es la última defensa de Sevilla para la riada centenaria si Mariano Palancar no me deja por mentiroso. Aprobada en 1972, adjudicada en vida del dictador y concluida en 1982, permitió, entre otras cosas, la instalación de la Exposición Universal en los terrenos ganados al río en la península (está unida a Triana por el sur) de la Cartuja.

Pero antes de que Manuel Prado y Colón de Carvajal, Álvaro Navarro y Miguel Sánchez Montes de Oca se fijaran en aquel suelo para levantar la Expo 92, hubo que tomar la determinación de cortar el río. La explanación para desviar el cauce y levantar un muro de cota doce es infinitamente menos vistosa que plantar un rascacielos de cuarenta plantas y 175 metros en Chapina.

Menos mal que incluso en la noche oscura de la dictadura había quienes se daban cuenta de que el progreso verdadero de la ciudad pasaba por defenderse del traicionero Guadalquivir. Si no es por ellos, ayer hubiéramos estado con el agua al cuello. Y de la Torre Pelli, ni hablamos.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Nuevo estilo en Palacio

MONSEÑOR ASENJO ha dicho algunas cosas que alguien tenía que decir. Y las dice muy clarito, para que nadie pueda argüir que no entendió el mensaje. Por supuesto, el arzobispo –liberado ya de las tutelas y de las administraciones apostólicas del último año– es un hombre prudente que se muerde la lengua antes de contestar lo que no debe o no quiere, pero cuando replica es porque quiere decir eso justamente que dice.

En la entrevista que hoy publicamos en estas mismas páginas, suelta algunas de esas sentencias que les van a quedar clarísimas a quienes tienen que quedarles. Por ejemplo, cuando habla de las coronaciones canónicas, que parece que es el asunto capital sobre el que está girando el universo de los cofrades, para señalar que no tiene sentido dedicar «migajas para los pobres» mientras las hermandades se empeñan (no es metafórica la expresión) en imposibles. El que quiera saber más, que pregunte en Benamejí.

Sabe que las cofradías son un semillero de vocaciones, un caldo de cultivo para la proyección social de la Iglesia y también una fuente de quebraderos de cabeza en asuntos tan nimios que no les va a prestar demasiada atención.

Alguien que ha sido secretario de la Conferencia Episcopal, que ha organizado una visita del Papa a España, que ha estado a la sombra de don Marcelo (el de allí) y que ha toreado con el morlaco de CajaSur antes de que le afeitaran los pitones los malagueños de Unicaja no va a estar encima de esas discusiones minúsculas: si la carrera oficial tiene que arrancar en la Magdalena o ya puestos, en el Altozano, y que todas las cofradías puedan lucirse a contraluz en el puente como el Cachorro; o si la Misión se eclipsa con el Sol.

El arzobispo reclama para sí no un doctorado en religiosidad popular andaluza, pero sí al menos un bachillerato después de los seis años en Córdoba. Conoce el paño. Y sabe administrar los tiempos, los elogios y las reconvenciones, porque de todo habrá, muy probablemente, en su pontificado. No le va a decir a nadie aquello que está deseando oír, sino lo que cree que debe escuchar en cada momento. Con la franqueza de buen castellano, pero sin titubeos ni medias palabras a las que tan acostumbrada está la grey sevillana.

Es más romano que florentino. Y más canónico que mediático. A los medios les tiene la afición justa y la prevención mínima. Es inteligente y muy capaz, pero con lo que desarma es con su llaneza. Tiene más de don Marcelo (el de aquí) que de don Pedro (que también fue de allí). Sabe a lo que ha venido. Cuanto antes lo sepan también los demás…

martes, 23 de febrero de 2010

Arquitectura de progreso

Cuánta razón lleva el compañero Recio. Su certera descripción en el periódico de ayer de las vicisitudes por las que atraviesan los grandes proyectos encargados a figurar del star system de la arquitectura no puede ser más desolador: “Si ha sido así en la década de vacas gordas, da miedo pensar cómo será el panorama en adelante”.

El sueño que un día acarició Monteseirín –¿por qué será que siempre nos tocan los alcaldes más soñadores para un pueblo?- se ha venido abajo con estrépito. Foster, Isozaki, Nouvel y Vázquez Consuegra no van a proyectar el nuevo barrio residencial sobre los terrenos de la Cruzcampo en Nervión; la biblioteca universitaria de Zaha Hadid está paralizada por orden judicial; el rascacielos de la Cartuja anda por los cimientos sin atreverse todavía a emerger por el riesgo de que más dura sea la caída; y de las ‘setas’ de la Encarnación cuya maqueta se exhibió en el MoMa como si fuera el brazo incorrupto de Santa Teresa ya está dicho todo y aún ni se sabe cuánto falta para verlas terminadas.

Es lo que pasa cuando se confiere a los arquitectos un carácter casi demiúrgico para transformar las ciudades a base de millones de euros de las esquilmadas arcas públicas o cuando las ansias especulativas del mercado se parapetan tras nombres sagrados contra los que las críticas y las objeciones parecen no tener cabida.
Lo acaba de hacer el rector de la Hispalense –el hombre que se rectificó a sí mismo sin torcer el gesto, que ya es mérito- no sólo con Zaha Hadid sino con Umberto Eco.
Se me ocurren dos preguntas capciosas: ¿se prestan más libros en un edifico de Zaha Hadid que de un humilde recién titulado? Y, ¿es el Prado el lugar más accesible para los universitarios repartidos en tres o cuatro campus por toda la ciudad?

Porque el progreso para una ciudad tendría que ver más con la calidad de vida de sus ciudadanos y el nivel de cultura con que se desenvuelven que con hitos arquitectónicos deslumbrantes a todo color a doble página en las revistas de arquitectura, pero sin alma que los habite. ¿Es que estos megarquitectos son capaces de aprehender el carácter, la idiosincrasia, las peculiaridades de una ciudad sin haberla visitado antes o en una simple tarde de paseo? ¿O es que los proyectos son intercambiables y en realidad la excusa de que hacen paisaje por sí mismos vale para calzárselos al primer alcalde que los pida?

Está muy bien tener un foster o un zaera o un rogers, pero está mejor que los autobuses lleguen a su hora a todos los rinconces del centro histórico antes de darlo por clausurado.

Un centro sin coches ya existe

No es difícil imaginar un centro histórico cerrado al tráfico rodado. Y además lleno a rebosar de sevillanos y turistas deambulando por sus calles, llenando como nunca bares y restaurantes, apropiándose del espacio urbano público arrebatado a los automóviles, como quiere hacer el equipo de gobierno municipal a partir de septiembre, más o menos, porque ni los plazos, ni el coste, ni las afecciones están claras en este pomposo plan de tráfico del centro de la ciudad del que no se sabe nada más que se quiere poner en marcha.

Un centro histórico extenso como el de la capital andaluza vedado a los vehículos donde el peatón es el rey. Nadie, o casi nadie, protesta: ninguna asociación de comerciantes lo considera un dislate; ningún médico o notario sopesa la posibilidad de cerrar su gabinete y mudarse a otra zona de la ciudad mejor comunicada. Nada de eso ocurre en el ejemplo que traemos a colación.

Todo eso pasa en Sevilla durante la Semana Santa en que la muchedumbre se adueña de las calles y los automóviles son desplazados de un itinerario peatonal que va desde Puñonrostro a la Puerta Real y de la Pasarela a la Alameda. Simplemente, los automóviles no pueden entrar al centro. Ni los autobuses urbanos. Ni el tranvía siquiera cuando hay mucha aglomeración de público. Y ya veremos si el metro funciona o la estación de la Puerta de Jerez se colapsa con la extraordinaria afluencia de viajeros y hay que acabar clausurándola.

El reverso de esa moneda es un caos circulatorio insoportable en el que la anarquía se apodera de las calles y los automovilistas invaden aceras, arriates, isletas y hasta medianas para aprovecharse al máximo de la cercanía al centro de esos estacionamientos improvisados según a cada conductor le conviene. Para que no pase ningún vehículo por la Campana todas las tardes durante una semana, se condena a los vecinos de Torneo, de Amador de los Ríos o de la Carretera de Carmona a soportar una auténtica invasión motorizada a la que el Ayuntamiento se ve incapaz de poner coto.

Todo eso sucede con el cuerpo de la Policía Local movilizado al completo controlando los accesos al centro y los desvíos. Desbordado, incapaz de hacer cumplir la más elemental disciplina al volante, sobrepasado por los acontecimientos de una masa de vehículos que pugna por acercarse lo más posible al centro, el Ayuntamiento acaba haciendo la vista gorda ante la marea de desobediencia colectiva a las normas de la circulación. Total, es una semana al año.

Ese mismo Ayuntamiento incapaz de contener a los automovilistas pese a desplegar a todos sus agentes de la autoridad en la calle es el mismo que ahora nos quiere convencer de que es capaz de impedir que los automovilistas entren al casco histórico, desde el Arco de la Macarena hasta el palacio de San Telmo, mediante un sofisticado sistema de cámaras de vigilancia y artilugios para reconocer ipso facto al infractor, emitir la sanción, comunicarla en tiempo y forma y cobrarla finalmente. Ya, como en Semana Santa con los todoterrenos que aparcan encima de cualquier acera, vamos.

El plan anunciado la semana pasada como al desgaire por el concejal de Movilidad pretende expulsar a los automóviles del centro de la ciudad, pero puede acabar expulsando también a sus ocupantes. Al fin y al cabo, residir, comprar, visitar despachos profesionales o alimentarse en el centro no es obligatorio para nadie y, quién sabe si a la vuelta de unos años, con la estricta observancia de este modelo peatonal, los sevillanos encuentran más cómodo residir, comprar, visitar despachos profesionales o alimentarse en otros barrios de la ciudad.

Son mayoría, pero por mucho, los ciudadanos que pasan la mayor parte del tiempo sin acudir para nada al centro. Quizá de Pascua a Ramos. Sólo un acontecimiento ligado a la memoria sentimental de la ciudad como las cofradías o determinadas convocatorias en fechas muy señaladas como Navidad tienen el suficiente poder de convocatoria como para invertir la tendencia y atraer público al centro de la ciudad.

Con una menguante oferta de ocio y entretenimiento (qué se hizo de los cines y los teatros), con una cada vez más escasa presencia de comercio especializado capaz de ofrecer algo distinto a lo que se vende en los centros comerciales de la periferia, con una disminuida ubicación de consultas, organismos oficiales y centros de poder y con una oferta gastronómica también a la baja, el centro va perdiendo reclamos.

Le queda, eso sí, la monumentalidad y el inconmensurable patrimonio arquitectónico que atesora, pero siendo su gran baza representa el mayor riesgo también de quedar convertido en un parque temático despojado de vida donde los usos urbanos se hayan reducido a los ligados a la actividad turística.

Ir de San Julián al Altozano andando puede ser una agradable actividad lúdica para el paseante sin prisa, pero un suplicio para quien está trabajando o haciendo gestiones. Salvo que sea para ver la Estrella después de ver salir la Hiniesta. Sólo que sólo hay un Domingo de Ramos en el calendario y 52 martes con frío, llueva o sol abrasador.

Motivos para huir de Sevilla

COMO UNAS ciudades ganan la fama y otras cardan la lana, a esta Sevilla de nuestras culpas le ha correspondido el nada decoroso título de ombliguista. Ea, ya estamos. Cádiz es la liberal y Málaga es la pujante. Pero Sevilla es la ombliguista que, miren por donde, es capaz de reírse de sí misma con una guasa que ya quisieran para sí otras localidades donde los dogmas de identidad colectiva son intocables por mucho que se aireen en carnaval.

En Sevilla, la ombliguista, se acaba de publicar una revista que no se la salta un galgo, Diecisiete, sobre su fiesta más universal en la que se ventilan a la vista de todo el mundo algunas de las miserias y los peligros que acechan la Semana Santa. Después vendrán los de siempre con la tabarra del ombliguismo, pero leyendo los artículos de su primer número no cabe duda de que el ramillete de autores elegido por el editor no comulga precisamente con las ruedas de molino acostumbradas o inusuales, como ese émulo de Fama, a bailar que se ha puesto a pegar saltos mientras sonaba nada menos que Valle.

Bueno, pues si eso pasa con la Semana Santa, que es el tarrito de las esencias de la ciudad, qué no puede pasar con el resto. La prueba del nueve se la ha hecho Jorge Molina, amigo periodista prematuramente apartado de los fogones donde se cocina la actualidad para convertirse en eficiente jefe de sala.

Molina presentó anoche su indispensable antiguía antiturística que lleva por título 123 motivos para no viajar a Sevilla. En ella desgrana todas las contrariedades que asaltan al viajero en cuanto pone un pie en Sevilla: desde los taxis del aeropuerto o los camareros graciosos hasta el (insufrible) volumen de fondo o los anti Semana Santa.

El libro se ríe descaradamente de los lugares más comunes de la ciudad empezando por la pseudoliteratura turística a la que fustiga a placer parodiándola. Aunque no lo parezca, la antiguía le puede ser más útil de lo que se imagina el autor al turista desprevenido que se atreva, pese a todo, a venir. Pero qué hay de los sufridores en casa, que tenemos que aguantarnos con vivir aquí.

Estoy por proponerle a Rosita, la editora, otra guía-secuela con los motivos para huir de Sevilla, que deben de ser muchos más de los 123 consejos que da Molina a los viajeros inadvertidos.

¿O no les parece suficiente motivo para najarse los políticos de la ciudad? Y la puñetera lluvia que no ha parado en tres meses, ¿no es para quitarse de enmedio hasta que lleguen los 40 a la sombra?

Abstinencia y cambio climático

LOS OBISPOS anglicanos tienen una manera de estar en el mundo que le da veinte vueltas a los de la Única y Verdadera, para qué vamos a decir lo contrario. Lo que en nuestro monseñor Asenjo es «oración, ayuno y limosna» para la Cuaresma, en la conferencia episcopal anglicana es recorte de emisiones de dióxido de carbono, uno de los gases culpables del efecto invernadero asociado con el cambio del clima por razones antrópicas.

Lo que propugnan los pastores de la Iglesia británica es una receta muy fácil que resulta tanto para la Cuaresma como para el resto del año: reducir la ingesta de carne, desmenuzar en trozos más pequeños la verdura para que necesiten de menos calor al cocer y limitar el uso de los teléfonos móviles y televisores. O sea, que es lo mismo de siempre pero puesto al día. Aggiornado, que era la palabra clave por aquellos días del concilio.

Vayamos por partes con las recomendaciones de los prelados. Lo de la carne resulta evidente todavía en un puñadito de bares que recuerdan la vigencia de la abstinencia de carne los viernes de Cuaresma entre otras fechas señaladas del calendario litúrgico, pero lo de las verduras desmenuzadas es genuinamente british. A ver cómo iba a preparar esta pobre gente un plato de espinacas como Dios manda. O les quedan demasiado blandos los garbanzos o no se les termina de consumir el caldo: un desastre, vamos. No sólo para la atmósfera con la emisión de unos gramos más o menos de anhídrido carbónico, sino para el paladar aun de los más acostumbrados a los comistrajos de los pubs.

Más complicado parece lo de los móviles, puesto que prescindir de la televisión es incluso una medida de higiene mental de la que convendría echar mano mucho más a menudo. El obispo de Oxford, John Pritchard, ha dicho que a él también le costará dejar de usar la blackberry por unos días, «pero renunciar a la tecnología es una manera más seria de pensar en los problemas que afrontamos como la comunidad global que somos».

Esto último suena ya al Poverello de Asís, con la hermana lluvia y el hermano lobo, no el de Chumy Chúmez «dentro de lo que cabe», sino del salvaje cuyo hábitat natural corre grave riesgo de desaparecer si los fieles no se abstienen de comer carne, no trocean más las verduritas antes de echarlas a la olla y no apagan el teléfono.
Verás cuando los obispos anglicanos caigan en la cuenta de la razzia al banco pesquero de Escocia, que cae en su jurisdicción, con la de bacalao que nos traemos para comérnoslo con tomate.

miércoles, 17 de febrero de 2010

¿Y si el malo fuera Sacyr?

EN SU AFÁN por sacudirse las pulgas, el equipo de gobierno municipal le echa las culpas de la pifia de la Encarnación al primero que pase por allí. Léase don Zoido, que ha hecho una propuesta ni más ni menos chusca que el proyecto en sí y ya le han endosado la responsabilidad, por lo menos, de 20 millones de euros. Lo que ha dicho Zoido tampoco es que sea el acabose, entre otras cosas porque para terminar las setas de marras no sabe nadie cuánto falta. De acuerdo, será un churro dejar sólo dos pilares y sin madera, pero a cambio nos ahorramos una pasta, que tal como está la cosa es para pensárselo.

El gobierno municipal, sin embargo, en el tiempo libre que le dan los jueces, insiste en que no es momento de examinar responsabilidades y que lo que procede es tirar –nótese el matiz radicalmente exacto que puede atribuírsele al verbo– para delante y acabar como sea. Y luego, si nos quedan ganas puesto que no nos va a quedar dinero, nos paramos a ajustarle las cuentas al jurado que eligió la maquetita, al ingeniero que calculó las estructuras, al arquitecto que se lo sacó del ordenador y al lucero del alba.

De momento, ya llevamos dos ‘malos oficiales’: Emilio Carrillo, que debió ver la plenitud del Universo en el símbolo del infinito que describen los dos parasoles ya construidos, y Jürgen Mayer, que como es alemán y está lejos no va a protestar. Hasta que lo ha hecho. El arquitecto será alemán, pero no es tonto. Y ha venido a decir que a su estudio que lo registren, que el control de los costes y el procedimiento constructivo está en manos de la constructora y que ésta no le enseña los números de verdad ni al contable. Esto último no lo ha dicho así, pero se le intuye.

¿Y si el malo de la película fuera Sacyr? ¿O es que ya no nos acordamos de cómo tuvo que acudir Concha Gutiérrez en plan Séptimo de Caballería al rescate parcial de la concesión del metro aflojando millones cuando la obra se atascó? ¿Y si a Sacyr le conviniera que los políticos se cocieran en su propia salsa de obras demoradas y plazos incumplidos? ¿Y si a Sacyr le viniera bien todo este jaleo para presentar como inevitables los modificados, sobrecostes y ‘poyaques’ que se le antojaran? ¿Y si es verdad que se ha quedado sin liquidez porque se ha hundido el negocio inmobiliario y ahora no le interesa abrir un centro comercial más con una pescadería incrustada entre una tienda de Mango y otra de Zara?

Mientras se despejan todas estas dudas, Urbanismo sigue buscando a quien echarle las culpas. Yo que el guardia de la Campana, pedía el traslado a Sevilla Este.

Sobra el concejal de Inmovilidad

OTRO PLAN de Tráfico. Lo anuncian como es norma en el Ayuntamiento de Sevilla: algunas calles tendrán que cambiar de mano, pero todavía no se sabe ni cuántas, ni cuándo, ni cómo. Es fácil imaginarse a esos comerciantes temiendo que el dedo caprichoso del gobernante señale en el mapa su calle y los condene. Las purgas –si lo sabrán ellos– deben tener siempre un rasgo de imprevisión que acreciente la incertidumbre como paso previo para instalar el terror generalizado.

Dicen que van a dividir el centro histórico en cuatro subsectores controlados por cámaras de videovigilancia. Y pretenden que nos creamos que esta vez van a funcionar; no como la de la calle Dos de Mayo, que supuestamente iba a gobernar un pivote levadizo que sólo se abriera para los automóviles autorizados y el transporte público. ¿Algún amable lector puede recordarnos cuándo fue la última vez que funcionó? No, ahora va en serio. Dicen ellos, claro.

Los mismos que, tan preocupados como están por el transporte sostenible, no se bajan del coche oficial. Pero ésa es otra historia. Demagógica, claro. También anuncian que si alguien precisa acudir al centro para retirar un bulto pesado o voluminoso, se puede extender un salvoconducto provisional siempre que el comerciante de turno lo pida por los cauces oficiales. Y al que va a recoger a la suegra que se ha caído en el cuarto de baño, ¿quién le sella el pasaporte?

El plan incorpora una novedad. Hasta ahora, se nos prometían aparcamientos rotatorios disuasorios para dejar el coche y acercarse andando al rescate de la madre política en la bañera. Ahora, la disuasión es a lo bestia: esto es lo que hay. Sobran aparcamientos: sí, a las 5 de la mañana el estacionamiento de Albareda tiene todas las plazas libres que uno quiera. Y no se van a construir más.

Esto lo dice el mismo concejal que prometió un día hacer diecinueve aparcamientos subterráneos de los que se pueden contar con los dedos de una mano los que ha inaugurado a trancas y barrancas. El mismo concejal que ha conseguido el propósito de hacer completamente prescindible su cargo y su delegación entera: ya es un sarcasmo que lleve el nombre de Movilidad una concejalía que ha logrado, como el viernes pasado, que Sevilla entera se colapse y los automóviles se queden parados.

Ya que estamos hablando de recortes de altos cargos, vamos a empezar por este concejal de Inmovilidad que nos perdona la vida si queremos movernos.

martes, 16 de febrero de 2010

Marchena, el hombre clave

Los dos escándalos que han sacudido la semana pasada las ya de por sí corrompidas aguas de la política municipal tienen un nexo común en la persona del hoy consejero delegado de la empresa de aguas Emasesa, Manuel Marchena. Este catedrático de Geografía cuya carrera política se ha desarrollado por entero a la sombra de su amigo Alfredo Sánchez Monteseirín a lo largo de los últimos diez años está en el centro de la polémica tanto en la construcción del «proyecto imposible» del Metropol Parasol de la Encarnación como de la operación de compraventa de los terrenos de Mercasevilla bajo instrucción judicial en estos momentos.

No es gratuito que Marchena aparezca en ambos episodios, ciertamente poco edificantes en lo tocante a la actuación del Ayuntamiento en ambos casos. Desde su llegada al poder, Marchena se ha convertido en el consejero áulico del alcalde, quien ha ido descargando cada vez más responsabilidad en aquel, hasta hacer de él su valido, que controla las empresas municipales a través de la agrupación de interés económico (AIE) De Sevilla. No hay nada que se cocine en el Ayuntamiento sin que Marchena esté al tanto.

Desde los puestos clave que ha ejercido (asesor del alcalde, gerente de Urbanismo, consejero delegado de Emasesa y vicepresidente de la AIE), Marchena ha tenido que ver con la puesta en marcha de dos de los hitos fundamentales de la gestión de Monteseirín como regidor: la televisión municipal, convertida en vocero permanente del gobierno municipal como el Consejo Audiovisual señala atinadamente cada vez que le dejan echar una miradita a sus informativos; y el tendido del tranvía con sus catenarias de quita y pon.

Pero antes de que los dos escándalos de la semana pasada salpicaran su nombre, la gestión de Marchena en Urbanismo ya había quedado seriamente comprometida con la decisión de pagar en billetes de 500 euros la indemnización bajo cuerda para que los chabolistas de Los Bermejales levantaran el vuelo y permitieran la urbanización de la zona. Aquella decisión, a todas luces desacertada, tiene un componente simbólico en la ejecutoria de Marchena, quien en ese caso no dudó en anteponer los fines perseguidos a los medios con que se obtendrían.

Algo así parece deducirse de las revelaciones de la semana pasada en Diario de Sevilla en torno al informe dirigido a Urbanismo en el que se advertía de la imposibilidad de continuar con la erección de las llamadas setas de la Encarnación, según el proyecto constructivo que había presentado el arquitecto Jürgen Mayer.

Poco antes de las elecciones municipales de mayo de 2007, Marchena tuvo conocimiento de ese documento como gerente de Urbanismo que era entonces, pero en vez de obrar en consecuencia, se encargó de ponerlo a buen recaudo para que su difusión no pudiera dañar la imagen ante el electorado de su amigo y protector, Alfredo Sánchez Monteseirín. Otra vez es posible rastrear en esa desacertada actuación la tendencia a pervertir –podríamos definirla como corrupción moral– el fin y los medios.

Manuel Marchena se ha convertido en el principal valedor del alcalde y en fustigador de quienes le critican. Se ve a sí mismo como un ilustrado reformador con el cometido de sacar a Sevilla de la superchería y el oscurantismo que están en la raíz de su atraso secular y freno al progreso material y económico. El argumento, como se ve, no es nada novedoso, pero le ha dado resultado.

Su afán por modernizar Sevilla no le supone contradicción alguna con perseguir la compañía de aristócratas, cofrades, toreros y otros elementos a priori retardatarios en la maniquea concepción de la ciudad con que se maneja. De hecho, desde su puesto clave en la Gerencia regó con abundante dinero público a varias cofradías en lo que acertadamente se ha definido como «urbanismo morado» con el fin último de mantener del lado de Monteseirín –o al menos, garantizarse su inhibición en la escena pública– el poliédrico mundo de las hermandades en una estrategia en la que puede volver a rastrearse la contradicción entre el fin y los medios.

Ahora, su nombre salta en una declaración ante la policía de un directivo de una inmobiliaria resentido por la maniobra municipal para despojarlo de un negocio que rozaba con los dedos. La jueza Mercedes Alaya –que se va a quedar sin folios para instruir de tanto que está abarcando– ha pedido que se investigue a Marchena, quien habría mediado para apartar a la promotora Larena 98 de los jugosos terrenos de Mercasevilla con la promesa de futuras adjudicaciones amañadas.

La juez está en su papel de despejar las dudas razonables que suscita esta explosiva declaración policial. Pero a quienes conocen la trayectoria de Marchena, su celo por servir a la ciudad de Sevilla, su afán por contribuir a su progreso, sus desvelos por ayudar en todo momento al alcalde Monteseirín, no le cabrán dudas sobre su comportamiento en éste y otros casos parecidos. ¿De verdad creen capaz a Marchena de apalabrar contratos públicos para favorecer a una empresa?

lunes, 15 de febrero de 2010

Fin de la primera parte

LAS NAZARENAS podrán salir al fin en el Gran Poder... sin necesidad de esconderse bajo el antifaz de penitente como, de hecho, ha venido sucediendo desde que el mundo es mundo. Fin de la primera parte. Monseñor Asenjo y su experto en Derecho Canónico quieren atar cuanto antes los cabos que Amigo dejó sueltos: la Iglesia tiene su propio tempo, que nos supera a todos porque para eso administran el acceso a la eternidad.

Se acabó lo que se daba. Las tres que todavía se resisten a incorporar nazarenas saben que es inútil frenar la corriente y esta riada que se remansaba, por aclamación y entre ovaciones, en la basílica el miércoles hace mucho que se llevó por delante cuantos diques de contención se intentaron levantar.

La votación en cabildo de la otra noche ni generó resistencias ni suscitó interés. Con eso está dicho todo. El asunto está tan amortizado en la opinión pública, es tan de dominio general que las mujeres pueden salir de nazarenas que ya ni se discute. Ninguna televisión nacional, que tan dadas son a exacerbar las contradicciones internas de nuestras hermandades y cofradías, se ha inmutado. En Madrid no se han enterado de que al Gran Poder lo acompañarán nazarenas este año.

Qué distinto de cuando la Macarena pasó por el mismo trance. Entonces había expectación, controversia, pugna dialéctica entre los que estaban a favor y los que se mostraban en contra. Y estaba garantizada la repercusión informativa.

Aquel día (4 de marzo de 2001) comenzó a escribirse el capítulo que ahora cierra el Gran Poder. Claro está que antes hubo sus preámbulos, que no pasaban de ser una nota simpática y hasta llamativa en aquellas niñas de la Candelaria o San Esteban que los fotógrafos de prensa perseguían en los momentos previos a la salida procesional para escándalo de los más ortodoxos. Y naturalmente que aún queda el epílogo de la Quinta Angustia, el Santo Entierro y el Silencio, que justamente mandará callar escribiendo la última palabra. Pero fue la Macarena la que abrió la brecha definitiva.

En estos nueve años, las cosas han cambiado una barbaridad, que diría un castizo. Las mujeres ya tienen reconocido su derecho y la sociedad sevillana lo tiene más que asumido. Fin de la primera parte.

Hasta llegar a la reverenda predicadora de la función principal de instituto todavía le quedan a esta novela colectiva muchos episodios. ¿Por dónde se abrirá el siguiente capítulo? ¿Por una pregonera, por las costaleras, por las acólitas? Esto no ha hecho más que empezar.

viernes, 12 de febrero de 2010

No hay obra sin dificultades

CADA VEZ QUE veo una foto de concejales con el casco blanco visitando una obra como los exploradores se calaban el salacot para adentrarse en la jungla, me echo a temblar. No porque piense que alguno se va a esbolillar un pie, líbreme San Cristóbal, que es patrono de los caminantes y los automovilistas, de ese mal pensamiento. No, el miedo es mucho peor: si los llevan de visita a ver andamios y sacos de cemento es porque hay que aflojar la cartera. Y no la de ellos, sino la suya y la mía.

Es que no falla. Fueron a ver los hongos alucinógenos de la Encarnación y, hala, a los pocos días pasaban la nueva multa para que la paguemos a escote. Y ayer mismo, el concejal de Urbanismo, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, invitó a sus colegas de la oposición a recorrer las obras de la ampliación de Fibes y, zas, facturita al canto: 14 millones de euros más que habrá que apoquinar entre todos para ver si se termina de una puñetera vez la ampliación del auditorio más anunciado del mundo.

Sostiene el edil de Urbanismo que, al final, la broma no va a pasar de los 80 millones de euros en lo que se licitó porque para eso las contratas se han encargado de comerse la baja con que se le endosó a Emvisesa en vista de que no había ninguna constructora dispuesta a meterse en tal embolado.

Catorce millones más... y gracias. Porque ha asegurado el concejal Rodríguez Gómez de Celis –el único que da la cara, hay que reconocérselo, en vez de irse a los carnavales– que de ahí no pasa... hasta que pase.

Dice el subalcalde que la obra está dando empleo a muchos albañiles con el mismo tono de conmiseración con el que su compañera Maribel Montaño defiende la televisión municipal porque ha dado mucho empleo con los enchufes. De las cámaras y los focos quiero decir, malpensados.

Y dice también, para justificar las alzas de precio y las demoras de plazo en su construcción intermitente, que no hay «ninguna gran obra en el mundo que no tenga dificultades», punto en el que le doy toda la razón. En efecto, no hay ninguna gran obra en el mundo que no tenga sus dificultades, sólo que en Sevilla no hay ninguna obra por birriosa y minúscula que sea (leáse un simple carril bici cuyo trazado hay que modificar una y otra vez) que no tenga dificultades.

Y por favor, Alfonso, no te lleves más a los concejales de excursión, que cada vez que se plantan el casco, me echo la mano a la cartera.

El azar de la vida en un enchufe

TENDEMOS A CREER que todo lo podemos reglamentar, que el mundo es tal como lo estipulemos, que la realidad puede encajar en el articulado de una normativa, que todos las contingencias posibles tendrán una respuesta adecuada en el manual de supervivencia con el que nos desenvolvemos. Hasta que un ladrón al que se habían enchufado tres electrodomésticos sale ardiendo y le roba los años que les quedaran a seis viejitos. Maldito enchufe.

Todo está reglado: el mobiliario de las habitaciones, la anchura de las camas, la cualificación de los cuidadores, el número de encamados, los metros del comedor, la altura de los techos, la fecha de caducidad de los yogures, las duchas de los inválidos, la temperatura de la sopita y buen caldo… Hasta que un cortocircuito convierte un apacible asilo en una trampa mortal para ancianos incapaces de dar un salto de la cama y brincar escaleras abajo en busca de una bocanada de aire.

Querámoslo creer o no, el error humano nos tranquiliza. Alguien se equivocó al accionar una palanca, alguien se saltó el procedimiento, alguien confundió las teclas, alguien dejó en mal sitio algo. Todo eso nos proporciona la ilusión de que es posible combatir el yerro endureciendo el cumplimiento de los protocolos de actuación.

El fallo mecánico es lo que más nos rompe los esquemas: cómo es posible que no se hubiera previsto que pudieran conectarse tantos aparatos eléctricos a un mismo enchufe. ¿Hará falta un reglamento que estipule sus horas de funcionamiento? ¿Cuál habría de ser la intensidad de un cable enchufado 24 horas en aplicación de la ley de Ohm?

Todo cabría en esa prolija y minuciosa reglamentación ideal que nos proporcionaría la ilusión de la seguridad sin advertir que es la Administración la que relaja su cumplimiento de mil y una formas inimaginables incluso en casos de personas tan vulnerables como unos ancianos sin posibilidad de moverse.

Todo eso cuesta dinero. A los dueños, que ven reducidas sus ganancias, pero también a la Administración, que tiene el deber de vigilar la aplicación de sus propias normas: más funcionarios con conocimiento y plena capacidad para aplicar inflexibles la reglamentación que, sobre el papel, evitaría la repetición de episodios trágicos. Hasta que el puñetero enchufe sale ardiendo y el azar que rige nuestras vidas cae del lado malo, a pesar de todas las inspecciones y todos los protocolos. ¿De verdad nos creemos a salvo en todo momento?

El emporio de riqueza no se ve

ASTILLEROS LLEVA tanto tiempo muriéndose y volviendo a la vida que ya no sorprende a nadie; es su estado natural: primero agoniza, boquea y antes de expirar el último suspiro, alguien conecta la empresa al respirador artificial y toma oxígeno por cuenta del contribuyente. Son tantas las peripecias por las que ha pasado la factoría naval sevillana que la última discurre en medio de la abulia de la ciudadanía, demasiado acostumbrada a las voces de alerta de que la supervivencia de los astilleros está seriamente comprometida.

Y, sin embargo, esta vez va más en serio que nunca el riesgo cierto de que se acabe para siempre con la actividad industrial en torno a la construcción de buques.
El experimento que se sacó de la manga el Gobierno cuando privatizó los astilleros ha resultado ser un desastre y la compañía está ahora peor que antes. De los tres barcos actualmente en gradas, los armadores de dos de ellos se han echado para atrás y piden la rescisión del contrato y la devolución del dinero adelantado para la construcción de dos de los buques encargados: 67 milones de euros en total.

Los sindicatos, que saben tela de amagar, creen que todo obedece a una estrategia de las navieras para abaratar el precio final de los barcos apretando a quien ha incumplido flagrantemente los plazos: el transbordador de Viking Line debía estar listo para mediados de 2009 y estamos en febrero de 2010 y a su construcción todavía le falta un 40% más o menos. Puede que sea cierto y que todo se trate de una estratagema para pescar en el río revuelto del astillero sevillano, sin dirección y sin rumbo, pero son tantas las oportunidades perdidas que ya no hay margen para enmendar los errores del pasado. Empezando, claro está, por el de fundar aquí la factoría naval.

Este párrafo del discurso con el que Franco inauguró los astilleros sevillanos el 24 de abril de 1956 lo dice todo: «Sevilla no se ha apercibido, ni siquiera los más entusiastas sevillanos, de que su capital está llamada a ser un verdadero emporio de riqueza, seguramente de los más importantes de la Europa occidental. La naturaleza la dotó de todos los dones, y, sin embargo, Sevilla vivía dormida desde hace algunas generaciones, de espaldas a sus tradiciones marineras, cuando construía barcos y armaba escuadras, para acabar mirándose sólo en su hermosa y rica campiña». Medio siglo después, el «emporio de riqueza» no se ve por ninguna parte y el astillero está en un tris de hundirse del todo. Sólo en una cosa acertó el Generalísimo: Sevilla sigue dormida varias generaciones después.

La caseta como símbolo

Puede que la caseta de Feria, con su construcción modular provisional y su trastienda oculta a los ojos del paseante donde tratar de asuntos nada baladíes, con su decoración decididamente fuera de moda y barata, simbolice en la actualidad mejor que el canon del paso de palio el alma de la ciudad, si tal cosa pudiera aprehenderse por la simple ecuación de reducir a un mínimo común divisor las aspiraciones, los principios y los valores asentados entre sus moradores.

El caso es que la Feria no ha desatado entre los poetas y literatos de la ciudad la fuerza emocional de la Semana Santa, pero no hay duda de que la caseta y su reunión de socios endomingados para celebrar la inauguración de la fiesta la misma noche de la prueba del alumbrado es una poderosísima imagen metafórica de las relaciones sociales en Sevilla: cada oveja con su pareja en una sociedad fuertemente estratificada en la que acaso el hábito penitencial de las hermandades brinde la única ocasión en que se da por buena –y según y cómo– la abolición de las fronteras entre las clases.

Conviene no perder de vista ese momento supuestamente mágico de la mal llamada cena del pescaíto para entender por qué una simple caseta de lonas a rayas y toldos mugrientos bajo la que cobijarse apenas seis días al año copa la actualidad política de la ciudad desde que hace dos semanas el infatigable Sebastián Torres diera a la luz la exclusiva en estas mismas páginas.

Resulta evidente que la capacidad de captar la atención del lector es directamente proporcional a la implicación personal en los hechos que se narran. No hay que estar apuntado durante años en la lista de solicitantes de casetas de Feria para advertir lo que significa la concesión de una de estas estructuras efímeras para disfrute de la familia, los amigos o la entidad solicitante.

Todo el mundo sabe lo que significa obtener el plácet municipal para asentar los reales en la feria porque toda la ciudad conoce de memoria el valor simbólico de la caseta. No hay que extenderse en explicaciones ni prolijas argumentaciones sobre el interés general o el aprovechamiento del cargo público en beneficio propio cuando se habla de que un concejal en ejercicio se apropió de una caseta de feria concedida a una agrupación de honestas limpiadoras de escuela.

Por eso el caso Mir ha prendido tan rápido en una opinión pública asqueada de que siempre se cuelen los intereses particulares de quienes han recibido el mandato de la representación popular en el Ayuntamiento. Porque el carácter simbólico del caso de la caseta que se quedó el concejal Alfonso Mir para sí y para sus amigos va más allá del plano meramente formal de esa impagable reunión de dirigentes socialistas de la cuerda del alcalde Monteseirín brindando resueltamente por la aplicación de los ideales socialistas a su tarea de gobierno en torno a platos bien servidos.

La irregularidad administrativa que se intuye de fondo en la maniobra del concejal Mir para quedarse con lo que no era suyo sino de un servicio municipal es también una poderosísima metáfora que proyecta la imagen de la arbitrariedad con que se conduce la Administración pública, violentando los reglamentos que son garantía de la igualdad efectiva de los derechos reconocidos a la ciudadanía a conveniencia de quien ejerce el poder político en cada momento.

Es una simple caseta, sí, pero bajo los toldos echados de la madrugada se cuela el refulgor de una chapuza burocrática en el caso más benévolo con que se ha propiciado el cambiazo en la titularidad de la concesión administrativa. Con casos como éste, los ciudadanos ven confirmadas sus sospechas de que el desempeño de cargos públicos lleva aparejados ciertos privilegios que le están vedados a los simples pecheros, que bastante tienen con contribuir con sus impuestos al sostenimiento de esa maquinaria administrativa.

El símbolo de la discrecionalidad con que se dirimen los asuntos públicos aplicando lo ancho del embudo para los amigos y dejando lo estrecho para los que no lo son está tan presente en el imaginario colectivo a través de esta caseta que no hace falta insistir más en él. Se ve desde lejos que a los ciudadanos corrientes y molientes se les niega con denuedo lo que a determinados políticos y cargos conectados con el poder se les dispensa a manos llenas.

La vergüenza de que se haya descubierto este comportamiento cuando menos irregular debería ser motivo más que suficiente para que el corrido concejal hubiera puesto ya su cargo a disposición del alcalde con que sólo hubiera un ápice de dignidad en su comportamiento.

Pero volvamos a la noche inaugural de la Feria con todos esos preeminentes socialistas allí congregados entre los que se cuentan dos de los imputados en el caso Mercasevilla. La capacidad evocadora que tiene su presencia dispara el símbolo de la caseta de Feria como lugar de encuentro para el trato bajo cuerda. ¿Para qué, si no, iban a estar tan interesados en disponer de caseta?

lunes, 8 de febrero de 2010

Cola de las setas y cola del paro

A LOS MUCHOS disparates que acumula la obra del Metropol Parasol –empezando por ese ridículo nombre, siguiendo por el dineral que va a costar y terminando por la falta de escala del proyecto para encajar en la Encarnación– se ha sumado esta semana otro más: la cola con la que se pegarán las lamas de madera del proyecto constructivo.
Esa cola va a traer cola.

Resulta que el semanario Der Spiegel ha revelado que científicos del departamento de Tecnologías de Superficies del instituto para la investigación de la madera Fraunhofer Wilhelm-Klauditz Institut en Braunschweig (Baja Sajonia, a mitad de camino entre Hannover y Leipzig) andan investigando para que el pegamento con que se quiere unir los tablones y las planchas de madera soporte temperaturas por encima de los 60 grados centígrados que fácilmente pueden alcanzarse a pleno sol en las horas centrales de un día especialmente caluroso del estío sevillano.

El Fraunhofer WKI está inmerso en un proyecto de investigación para elaborar revestimientos y resinas adhesivas para maderas a partir de derivados de azúcares vegetales extraídos del maíz o la patata.

Es lógico que se hayan ido tan lejos para encontrar alguien que tenga la menor idea de cómo unir el inmenso rompecabezas que Jürgen Mayer, el arquitecto al que se le apareció la Virgen cuando eligieron su proyecto, creó virtualmente en el ordenador. En descargo del muchacho hay que decir que su primera propuesta era metálica, pero enseguida se desechó por las altas temperaturas que convertirían las planchas en una descomunal parrilla al aire libre.

Al elegir un material constructivo tan ajeno a nuestra cultura arquitectónica como es la madera, se hace necesario también importar el ‘know how’ de su manejo y utilización. Y eso es lo que se está haciendo ahora en el Fraunhofer WKI a costa del contribuyente sevillano: allí desarrollarán el I+D apropiado, lo pondrán a punto en sus laboratorios y lo probarán en el gigantesco banco de pruebas de las setas de la Encarnación.

Naturalmente, todo esto llena de orgullo a nuestros responsables políticos, tan catetos que se dejan deslumbrar por todo lo que viene de fuera sin darse cuenta de que, en el fondo, estamos contribuyendo a potenciar la investigación allende nuestras fronteras. Eso sí, los curritos que se subirán a los andamios para aplicar la innovadora resina adhesiva de patente alemana serán sevillanos elegidos de la cola del paro, que es la única en la que estamos por encima de todo el mundo.

Evocación de la ceniza

ESTE ARTÍCULO que todavía no tiene forma, que todavía no tiene título y que todavía tiene que pasar de las musas al papel, cuadraría mejor el Miércoles de Ceniza en que la Iglesia se encarga de recordarnos que del barro nacimos y al polvo volveremos. Pero si se escribe hoy, festividad de San Blas, mucho antes de que principie la Cuaresma, es porque la muerte de Juan Escámez, el alcalde de Sanlúcar la Mayor, se ha cruzado arrollándolo todo en el camino de vuelta del colegio de las niñas a primera hora de la mañana.

¿Qué hace especial la muerte de este antiguo jefe de escoltas de Chaves cuyo decisivo papel en la astracanada bufa del seguimiento al presidente de la Caja San Fernando entrevistándose con el espía en una casa deshabitada a oscuras nunca se examinó a fondo? ¿Qué tiene de particular su fallecimiento que no tenga el de otros millones de personas en todo el planeta?

Nada. Por eso da escalofríos. No hay nada en su rutinaria vida de alcalde de pueblo y padre de familia que pudiera desencadenar su súbita desaparición. Ninguna enfermedad, ningún accidente imprevisto, ninguna trágica casualidad, nada. Sólo la sombría certeza de que a cualquiera le puede pasar que un día se eche a dormir, se sienta indispuesto, se levante y acabe desplomado en el suelo de la cocina. Estaba sugestionado, lo reconozco.

Mi párroco me ha hecho llegar una presentación que circula por internet con la desgraciada historia de la École Paroissiale de Saint Gérard que los redentoristas inauguraron en Puerto Príncipe el 13 de diciembre pasado. Niños felices y sonrientes con sus uniformes azulones y sus camisitas rosas posando para el fotógrafo en la escalera del colegio, danzando descalzas en el presbiterio o cantando los parvulitos en un entarimado como lo harían en cualquier colegio de cualquier parte. Ni un mes después, la escuela parroquial había quedado reducida a escombros y trescientos de sus alumnos y profesores habían perecido sepultados bajo los cascotes.

Pero en el caso de Escámez no hay ni siquiera el recurso de pensar que una fuerza telúrica superior a todo e imposible de detener se lo ha llevado por delante. Nada. La vida pende de un hilo tan frágil que lo admirable es que nos siga sosteniendo un día y otro día, un año y otro año.

No, no podía esperar al Miércoles de Ceniza para esta evocación de nuestra feble condición de mortales. Basta con despertarse cada día y celebrar que seguimos con vida. Gracias a Dios.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Vaya semanita, alcalde

La semana pasada cayeron chuzos de punta en Sevilla. No, no es la continuación de ningún temporal como el que hemos tenido este invierno, sino la constatación de que se torcieron muchas de las expectativas y salieron rematadamente mal otras de las iniciativas que la ciudad tenía planteadas. Si no fuera por el buen hacer de los cirujanos plásticos del Virgen del Rocío y la absorción de Caja Guadalajara por parte de Cajasol, la semana hubiera sido para tirarla a la basura.

Empezando por el lunes en que el rector se enmendó a sí mismo la plana suspendiendo el controvertido artículo 20 que venía a consagrar el derecho a copiar por mucho que se niegue a verlo: cuando me salto un semáforo en rojo en presencia de los agentes, el policía me da el alto ipso facto y detengo mi viaje inapelablemente sin posibilidad de que me apunten la matrícula y me dejen seguir el viaje a toda carrera con la excusa de que una comisión paritaria de tres policías locales y tres conductores en la que poder alegar la urgencia del trayecto examinará el caso.

Peor fueron las explicaciones del propio rector en sendas entrevistas al día siguiente en las que venía a decir que el logro de las nuevas instalaciones construidas durante su mandato y el anterior, cuando él mismo era vicerrector de Infraestructuras, no podía empañarse con una polémica como la de las chuletas.

¡Cuándo vendrán a darse cuenta de que lo que importa en la educación es la transmisión del saber por encima de las condiciones materiales en que se produce! En la Universidad lo fundamental es que enseñen los mejores, no que las aulas sean las mejores. Pero en fin, esto que resulta tan sencillo no parece al alcance de muchos...

La semana había comenzado con esa marcha atrás de la Universidad, pero no iba a quedar ahí la cosa. El miércoles, este periódico revelaba que un concejal del equipo de gobierno se había apropiado de una caseta de Feria con todos sus avíos por el procedimiento de solicitarla a su nombre aprovechando un cambio de ubicación. El escándalo es de aúpa por la sencilla razón de que no hay que ser un lumbrera para advertir hasta qué punto ha llegado la barra libre con la que los políticos se sirven de los bienes comunes.

Entre tanto, la situación de dos industrias vitales para el entramado económico de la ciudad _–o lo que quede de él tras la crisis– seguía en el aire: a las negociaciones para salvar el programa del avión militar de Airbus que se ensambla en Sevilla no se les veía salida fácil ni rápida y la llamada hoja de ruta para la retrocesión de los astilleros privatizados embarrancaba definitivamente y la situación se volvía cada vez más tensa.

Ese mismo miércoles se conocía la auditoría de Mercasevilla encargada a raíz del episodio de presunta corrupción en su cúpula directiva descubierto: un déficit de 14 millones de euros que aboca la empresa pública al cierre si no se le hacen llegar fondos adicionales. Una catástrofe de la que el Ayuntamiento es plenamente responsable.

Pero eso no era todo. El jueves se conocieron dos noticias demoledoras para la ciudad. Por un lado, el pleno municipal del día siguiente tenía previsto (como en efecto ocurrió) aprobar una consignación extraordinaria de 17 millones de euros para garantizar la construcción del malhadado proyecto de las setas de la plaza de la Encarnación. Las justificaciones eran tan endebles y el dineral es tan abultado que los responsables del equipo de gobierno municipal tenían muy poco donde aferrarse para que no se los llevara la indignación y el hartazgo que se percibe en la opinión pública de la ciudad.

Por si fuera poco, ese mismo día se daban detalles del informe de la comisión de expertos convocada por el Ministerio de Cultura sobre la construcción del rascacielos de la Cartuja. El dictamen final deja claro que la erección de ese edificio se atiene a la normativa urbanística y patrimonial vigente y está todo en regla, pero señala expresamente que la intrusión en el paisaje urbano es «excesiva, indudablemente negativa, sobre un territorio de transición que demanda una escala y configuración más atenta al diálogo con la ciudad histórica». Eso se llama, guardando las formas, invitar a que no se haga.

¿Dónde estaba el alcalde?

Mientras todo eso acontecía en la ciudad, que no es poco, la única noticia que reflejaron los medios relativa al alcalde de Sevilla que todavía lo sigue siendo –al menos no hay constancia oficial de que haya cedido los trastos a ningún segundón– fue su asistencia a un acto público. Nada de nada: faltó el día anterior al consejo de administración crucial de Mercasevilla y dejó que su concejal de Urbanismo lidiara el morlaco de la Encarnación. Eso sí, el jueves por la tarde acudió sonriente a hacerse una foto. Sin que conste ninguna declaración oral. Allí coincidió con el rector de la Hispalense al que todavía le quedaban ganas de fotografiarse después del ridículo nacional. ¿Qué acto era ese tan capital para la ciudad que no podía perderse? El relevo en la presidencia del Ateneo.

Sin comentarios.

Este febrerillo no está loco

AYER COMENZÓ la semana y empezó el mes. Fue lunes 1 y hoy es martes 2. El domingo será 7 y dentro de cuatro periodos exactos e idénticos, medidos de lunes a domingo, se habrá acabado febrero sin cabos sueltos ni días encabalgando otras semanas. Y lo mejor es que marzo volverá a arrancar en lunes y mantendrá el paso hasta que el lunes 29 se descuajaringue. ¡Qué delicia para los enemigos del calendario un febrero como éste!

Si no hay más que verlo en el almanaque de sobremesa –cómo será la crisis que he tenido que agenciarme uno de aquella manera con la de calendarios que todo el mundo te enviaba de propaganda– tan compuestecito, tan ordenadito, tan arregladito. Qué encanto de febrero. No hay más que compararlo con agosto. Haga la prueba: el día 1 ahí descuadrado en domingo con todo el campo libre como si fuera a desfilar de alférez y luego, abajo, el lunes 30 y el martes 31 apelotonados en la sexta trabajadera, compartiendo cacho con sus primos de la semana anterior para que quepan en las filas reservadas a cada mes.

Lo suyo es que todos los meses fueran como este febrero: del 1 al 28 en cuatro semanas justas. Lo bueno que sería para cobrar nóminas, para recordar las citas de los médicos, para que el colegio siempre empezara el mismo día, para repartir las vacaciones, para ordenar transferencias, para fijar las festividades religiosas, para sabérselo de memoria sin necesidad de echar mano del teléfono móvil.

No estoy loco. No del todo, claro. O, al menos, no más que los miembros de la World Calendar Association, una histórica organización que hunde sus raíces en la Sociedad de Naciones del primer tercio del siglo XX y que propugna un calendario universal perpetuo que empieza siempre en lunes y acaba en domingo con trimestres exactamente iguales de 91 días, trece semanas y tres meses, lógicamente, que también se abren un lunes y se cierran un domingo. Eso hace un total de 364 días a los que se suma un día en blanco de Nochevieja igual para todo el mundo que no tiene existencia a efectos legales ni administrativos. Para los bisiestos, la jornada extra se añade al 30 de junio también fuera de ordenación.

Esto de los calendarios nos parece inamovible sólo por pereza, porque no nos hemos parado a pensar que se trata de una construcción abstracta de la mente humana para acompasar a machamartillo el año lunar con el solar. Y de esa coyunda imposible de vez en cuando nos salen meses perfectos como este febrerillo que a ver quién es el que osa llamarlo loco.

El compadreo hispalense

«CÓMO LE VAMOS a hacer eso a Alfonso, con lo bien que se ha portado siempre con todos. Si nunca ha faltado ni gloria bendita en su caseta, que el hombre se desvivía por atender a todo el mundo, y ahora van a venir éstos a escarbar que si se la ha quedado, que si era de UGT, que si de las limpiadoras. ¿Sabes lo que te digo? Que la caseta es del que paga el jamón y las gambas, ea».

«Ya, hombre, pero es que queda feo, ¿no? Te aprovechas de una caseta que monta el Ayuntamiento y acabas quedándotela tú. Eso no está bonito».

«Bueno, vale, pero eso lo ha hecho todo el mundo. Vamos, todo el que conoce a Rafael, pues alguna vez le ha dicho ‘hombre, a ver si me la cambias de sitio’ o ‘tú que tienes mano dentro, ¿no hay una por ahí que me podáis dar?’ Y Rafael, pues qué va a hacer. Si esto siempre se ha hecho... antes y ahora... y se va a seguir haciendo, eh, no te creas que esto se va a acabar aquí... ¿sabes? Que el que no tiene padrino, no se bautiza».

«Si lo entiendo, sí. Pero que venga ahora Rosamar con lo del ‘error mecánico’ como si fuera un fallo de la transmisión o de las bujías, pues no sé, chico, es que vaya papelón, ¿no? Y el otro Alfonso, venga a darse abrazos y a posar... anda que va para alcalde el muchacho...»

«A ver, qué va a hacer el hombre... A un socio de caseta no lo va a dejar en la estacada, ¿no te parece? Además, por ahí ha pasado todo el mundo y convidado a todo plan, eh. O qué te crees, ¿que había vales para pagar las consumiciones? Vamos, no me seas iluso. Lo que hiciera falta, gloria bendita. Y negocios, eh, que también se han cerrado muchos tratos allí. Ya sabes: ‘A ti quería yo verte, Manolo, que estoy aquí hablando con Luis una idea que estamos fraguando sobre la marcha... oye, el aprovechamiento máximo de los suelos, ¿cuál puede ser? Es que estamos aquí entre copitas dándole vueltas...’»

«Sí, claro, y el otro que les diría ‘Fernando, deja de trabajar, joé. Esto lo discutimos el martes, después de la Feria, en la Cartuja y ya le buscamos un encaje. Ahora pásame el plato de gambas, que están de miedo, me tienes que decir quién te las sirve tan estupendas’».

«Pues sí, oye, así son las cosas. Vamos a ver, tú cómo crees que se hacen aquí los negocios. Pues te haces el encontradizo con uno en la caseta de un conocido, pegas la hebra y ya de ahí sale un acuerdo de palabra entre caballeros que va a misa. A ver, si es nuestra cultura empresarial».
«Ya, ya me hago cargo del compadreo. Y así nos va, desde luego».