jueves, 4 de marzo de 2010

¿Tenemos un plan?

El jueves pasado, el alcalde Monteseirín daba otro bandazo en relación con el tranvía. Otro más. Ahora, la «prioridad» y la «necesidad» pasan a ser conectar la estación de Santa Justa con la plaza de la Encarnación –se supone que cuando ya esté lista, si lo está alguna vez– a través de una línea de tranvía. A su juicio, sería «un paso de gigante» sustituir los autobuses que se acercan al centro desde el norte y el este de la ciudad por un ramal del tranvía que paradójicamente el Ayuntamiento que preside está prolongando justo en la dirección contraria, buscando enlazar la estación central de viajeros ferroviarios con la Plaza Nueva.

Resulta casi imposible hacerse una idea de lo que quiere lograr el equipo de gobierno municipal. El propio Monteseirín ha incorporado la máscara de la esfinge para sugerir otras opciones sin concretar cuáles puedan ser: «Se abren más posibilidades, no sólo hacia Santa Justa desde San Bernardo, sino desde otros puntos a otros lugares».

Ya. El tranvía llegará a San Bernardo duplicando el trazado del metro subterráneo, pero eso no parece importarle demasiado a las lumbreras municipales. Tampoco saben cómo llegar desde allí a Santa Justa: bien por la avenida de la Buhaira bien por la avenida de San Francisco Javier.

Pero es que antes de eso, hubo otras propuestas. Por ejemplo, se acarició un tiempo la posibilidad de que el tranvía circulara por la calle Torneo para conectar un ramal proyectado hasta la Plaza de Armas con la Barqueta y de ahí, atravesando la Alameda, con la Campana. Para llegar a la Plaza de Armas, el trazado que ahora muere en la Plaza Nueva debería prolongarse por Zaragoza, Reyes Católicos y Julio César.

Pero es que antes de esa ensoñación, el concejal de Movilidad, Francisco Fernández, soñaba en voz alta con extender el tranvía, a modo de «metro en superficie», a barrios periféricos de la ciudad tales como Sevilla Este y Pino Montano. Con prevención, el edil hablaba de hacer compatibles ambos sistemas de transporte público para evitar solapamientos y se atrevió a poner el ejemplo de París, donde algunas líneas de metro van elevadas como era costumbre en las ciudades a principios del siglo XX para evitar que los transportes confluyeran en una misma plataforma. Pero antes de decidir llevar el tranvía hasta los barrios de las afueras, convendrá saber qué se va a hacer con la ampliación de la red de metro, circunscrito en la actualidad a una sola línea.

Y aquí también tienen un sueño –han debido de leer demasiado a Martin Luther King– en el Ayuntamiento, expresado después de lo del tranvía por Sevilla Este pero antes de lo del trazado por la calle Torneo. Se trataría, ni más ni menos, que de ejecutar seis tramos de las líneas 2, 3 y 4 del metro en conexión con la línea 1 ya ejecutada para dar servicio inmediato a vecinos de Triana, la Macarena, el centro, Nervión, el Polígono de San Pablo, Bami y Heliópolis.

Itinerarios para perderse

Por entonces (mayo del año pasado), se atrevían a ponerle fechas al sueño: 2011 para que entraran en servicio los ramales troceados de Plaza de Armas-Santa Justa, Santa Justa-Avenida de Andalucía, San Lázaro-Puerta Osario, Reina Mercedes-Prado de San Sebastián, Plaza de Armas-Virgen de la Oliva, Avenida de Andalucía-Reina Mercedes con siete estaciones intermodales de conexión.

¿Se ha perdido acaso amable lector con esta sucesión de imposibles? No me extraña. Confieso que yo también ando extraviado entre tanto plan y contraplan como son capaces de sacarse de la manga. Un día el tranvía va por un sitio y al siguiente, justo en la dirección contraria. Un mes quieren seguir el metro por un trazado y al mes siguiente, justo por la opuesta.

El discurso oficial en torno a la movilidad –incluyendo aquí recorridos peatonales, restricciones al tráfico rodado, extensiones de transportes públicos, infraestructuras ferroviarias y aparcamientos disuasorios– asemeja a un enorme caldero en el que se cuecen todos los ingredientes a la vez como si un cocinero demente los fuera añadiendo sin ton ni son sin perder el hervor. Al final, lo que se escuchan son los borboteos de la cocción estallando como pompas.

Pretender que el ciudadano medio se haga siquiera una idea aproximada de cómo va a quedar el mapa de movilidad urbana es, en tales circunstancias, una quimera. En primer lugar, porque ni ellos mismos lo saben. Cualquiera en su sano juicio, se sentaría con todas las administraciones implicadas, con todos los sectores concernidos, con todos los actores que tienen algo que decir a diseñar un plan consistente, bien formulado y mejor graduado en el tiempo en función de la disponibilidad de recursos y las necesidades de la población.

Un papel en el que se especifique claramente qué va antes de qué y cuánto va a costar cada medida. Nada de eso se ha hecho, según parece. Incluso puede dudarse de que, en realidad, tengan un plan.

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