viernes, 11 de febrero de 2011

Epístola mural a un amigo

¿Qué es nuestra vida más que un breve día, / do apenas sale el sol, cuando se pierde / en las tinieblas de la noche fría?

TE MANDO esta carta a la vista de todos en vez de colgarla en el Muro de tu perfil como era mi primera intención, porque sé que desde el martes no te atreves a mirarlo. Sé que ahora mismo cambiarías todos los éxitos profesionales que estos días justamente te llegan por poder parar el tiempo hasta justo un instante antes de aquel fatídico momento. Poder estar allí, poner el hombro al amigo, musitar unas palabras de aliento, levantar el ánimo y acabar la parrafada con una risotada al viento. ¡Ah, la vida que se nos escapa!

No hay enemigo más implacable que uno mismo. No te reproches nada. No te hieras más de lo que te han herido las flechas del destino, no te tortures con lo que pudiste haber hecho, con lo que pudiste haber dicho, con lo que pudiste haber descubierto. Primero es el dolor agudo como una daga afilada que se clava en el pecho y sólo después golpea el mazo de la pena honda hasta hundirlo más si cabe. Y más tarde, la angustiosa sensación de impotencia, de fracaso de todos, que se mete por las rendijas del cerebro y no hay quien la saque de allí: 'si yo hubiera estado... si yo le hubiera dicho... si yo...'

Ahora repasarás tus últimas semanas y te verás enfrascado en una investigación de la que nadie más que tú sabía el alcance y te sentirás vacío. Yendo y viniendo a deshora, robándole horas al sueño, arañándole tiempo a los que tenías más cerca. Y pensarás que ha sido en balde, que el esfuerzo no ha merecido la pena porque el torpedo en la línea de flotación no terminará por hundir el imponente acorazado, pero que, sin embargo, nada te devolverá a tu amigo.

Cantarán los gallos al amanecer, ladrará el perro al ocaso, se desperezará la hierba con el rocío de la mañana y él ya no estará. Se descubrirán nuevos casos de falsos prejubilados, se enredarán los políticos en sus reproches recíprocos, se echarán en cara los corruptos de aquí con los de allí, la historia dictará sentencia y él ya no estará.

Sé cómo te sientes, vacío a ratos y otras veces lleno de remordimientos, porque yo también he pasado por lo mismo. Por eso no puedes rendirte ahora, en este preciso momento en que flaquean las fuerzas y el corazón se afiebra, en que la memoria se nubla y la razón se turba. Hay que seguir hundiendo la reja del arado en la tibia tierra para que la mies dé el fruto apetecido a la vuelta del calendario.

Nada puedes hacer por cambiar el pasado, que escrito queda. ¿No ves que los surcos de la vida están llenos de lágrimas?

javier.rubio@elmundo.es

10/2/11

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