jueves, 10 de febrero de 2011

Qué aburrido es gobernar


AHÍ ESTÁ EL TÍO, primero aguantando la risa como puede mientras mira a los fotógrafos y luego estallando en una carcajada de ver al presidente de Airbus Military en una situación apurada, con la pierna atrapada entre dos andamios extensibles de los que se usan en los hangares para trabajar en los aviones. Ahí está en lo alto, al lado de la ministra, como cuando éramos chicos y nos llevaban de excursión a la fábrica de La Casera -'no veas qué flipe las botellas dando vueltas'- y nos ahorrábamos una mañana de Matemáticas, Lengua, Historia y Música. La pena es que nos perdíamos el Betis-Sevilla del recreo, pero qué se le iba a hacer. Valía la pena romper la monotonía y salir un día de aquellas cuatro paredes grises con el crucifijo y la foto oficial de los Reyes en la que el vestido de Doña Sofía de la coronación había pasado del fucsia al rosa palo.

Y ahí está él, disfrutando tanto como el niño travieso que había en todas las clases, del día de asueto, de la excursión y de la trapisonda de ese buen hombre con una pierna atrapada mientras la ministra, el delegado del Gobierno y sus ayudantes se afanan en sacarlo del atolladero. Exactamente como a él mismo: un pato cojo al que no hay manera de rescatar del agujero en el que ha caído por mala pata.

¡Qué aburrido debe de ser gobernar una ciudad como Sevilla desde un despacho! Encargarse de que los policías persigan los botellones o multen a los conductores que se saltan semáforos, que los barrenderos limpien las calles, que los colegios estén pintaditos al comienzo del curso, que los autobuses no pierdan vueltas y dejen al público en las paradas, que los auxiliares de clínica acudan a las casas de los viejitos a cuidarlos, que los bomberos estén prestos y los jardineros poden los rosales. Qué aburrimiento.

Y si se está al final del mandato, en esos meses de la basura mientras los candidatos se disputan la envenenada herencia del sillón, entonces el tedio tiene que ser mortal. Qué plastas los funcionarios con sus reclamaciones, qué cansados los vecinos pidiendo que terminen las obras, qué pesados los periodistas con sus críticas...Por eso, lo mejor es pasar el tiempo escribiendo artículos para los periódicos: de historia de la Constitución de 1812 o del avión militar de transporte, de lo que sea con tal de distraer la mente y tenerla ocupada en algo que merezca la pena. Y de paso justificar los viajes sin ton ni son por cualquier motivo y con ningún fruto...

Ahí está el tío, carcajeándose delante de todo el mundo. ¿De quién se ríe?javier.rubio@elmundo.es

9/2/11

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