martes, 1 de febrero de 2011

Vencedores y vencidos


Lo dijo esa menuda mujer -aunque también mujer menuda- que es Teresa Jiménez-Becerril en el atril del homenaje a su hermano y su cuñada, asesinados por un sicario del secesionismo vasco la noche del 30 de enero de 1998 cuando volvían a casa: «En el final de ETA, si es que llega pronto, tendrá que haber vencedores y vencidos». La raya divisoria tiene que quedar bien patente: de este lado, el Estado de Derecho y quienes lo respetamos tan escrupulosamente como para entender la gracia para los criminales arrepentidos; del otro lado, los derrotados fanáticos que sueñan con implantar un estado vasco regido bajo los principios del socialismo real.

Aquella ensoñación se ha llevado por delante en los últimos cuarenta años más de 850 conciudadanos. A algunos los conocíamos en persona: a Alberto Jiménez Becerril y a Ascen, por ejemplo. Si los mataron alevosamente aquella noche fue porque encarnaban al enemigo de la lucha de los patriotas separatistas, que no es otro que el Estado de Derecho que, ahora, está a un paso de proclamar la victoria definitiva sobre esta monstruosidad con la que hemos convivido en los últimos 40 años.

Desde que mataron a Alberto y a Ascen, ETA ha declarado tres treguas. Las dos primeras las rompió volviendo a asesinar. En esta tercera, ha puesto condiciones para no volver a empuñar las armas: que se permita a sus conmilitones participar en el juego democrático volviendo a presentarse a las elecciones municipales de mayo. Los terroristas necesitan el dinero público para alimentar su estrategia y el altavoz de las instituciones desde el que lanzar sus proclamas para sentir que los estragos que han causado han servido para algo, que su lucha no ha sido en balde. Que haber matado a un matrimonio dejando huérfanos a tres hermanos de 8,7 y 4 años les ha sido útil al cabo de tres lustros para que los asesinos salgan de la cárcel y quienes los apoyan, amparan o justifican encuentren acomodo en la grandeza de la democracia.

Este razonamiento es justo diametralmente opuesto con el de las víctimas de la barbarie terrorista. Decía ayer Antonio Basagoiti, presidente del PP vasco en el homenaje a sus compañeros asesinados en 1998, que «si ETA saca algo, se pisoteará a las víctimas». Quienes han estado en la primera línea de la trinchera del sufrimiento y el dolor -como las familias del matrimonio asesinado- quieren saber que su angustia no ha sido en vano.

Las familias de Alberto y Ascen -pese a todo lo que llevan pasado, que sólo ellos lo saben- son afortunadas. Cada 30 de enero, como ayer, se recuerda al matrimonio y se le homenajea como se hacen con los caídos de una buena causa: la de nuestra libertad. ¿Pero cuántas familias de cuántas víctimas de ETA nunca han tenido ni un solo día de reconocimiento? ¿Cuántos muertos se despacharon del País Vasco sin un mal responso, cuántos hijos han tenido que callar por miedo o por prevención que a sus padres los había asesinado un pistolero que decía actuar en nombre de la independencia y la libertad del pueblo vasco?

Condiciones de derrota

La trampa más evidente en la que puede caerse es equiparar los sufrimientos de ambos lados de la raya que separa el bien del mal. A nuestros caídos se oponen los de ellos; a la sangre de nuestras víctimas se contrapone la de los suyos; a las familias destrozadas por las bombas y los disparos de los terroristas se enfrentan las familias de los presos o de los terroristas muertos o torturados.

Sin embargo, se trata de una equiparación falaz contra la que hay que estar en alerta en este tramo final de la derrota de ETA. Ascen y Alberto no eligieron morir esa noche de hace trece años, pero quienes los mataron alevosamente por la espalda sí que premeditada y conscientemente escogieron causar el mayor daño posible incluso a personas de las que sólo sabían que ejercían un cargo público. Esa diferencia resulta clarificadora a la hora de enjuiciar de qué lado se inclina la balanza de la Justicia. No son Ascen, Alberto y Clara -los tres hijos que han crecido sin padres- los que tienen que perdonar a los verdugos de sus progenitores, sino que han de ser éstos los que tienen que pedir humildemente perdón, reconocer el mal que hicieron, resarcirlo como puedan y jurar por lo que consideren más sagrado -vale lo mismo una Biblia que la independencia de Euskadi- que no volverán a empuñar un arma.

La guerra limpia contra el terrorismo etarra está próxima a su fin, pero en ninguna guerra los vencidos han dictado las condiciones. Ése es el final «decente y eficaz» al que aludía el presidente del PP vasco, Antonio Basagoiti. Decente por justo y eficaz por útil a quienes siempre nos mantuvimos de este lado de la raya.

javier.rubio@elmundo.es

31/1/11

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