miércoles, 9 de febrero de 2011

Tres hitos de la memoria


LA ESQUELA del primer aniversario -ayer mismo, la del ex hermano mayor del Santo Entierro al que la muerte lo sorprendió en zapatillas- es la verdadera medida del tiempo. El taco del calendario es una ilusión vana: tantas hojas por delante para arrancarlas sin poder saber ahora qué deparará el 24 de mayo, si la Bolsa subirá o se hundirá el barril de Brent, o qué tiempo hará el 13 de noviembre por la tarde. El recordatorio de los que ya no están entre nosotros es la vara con que medimos nuestra existencia.

Toda nuestra memoria está jalonada de hitos, unos personales e intransferibles y otros, compartidos. La suma de todos esos mojones a lo largo del tiempo forma la memoria colectiva o el mínimo común denominador de los que somos coetáneos: ¿dónde estabas cuando se escucharon los tiros en el Congreso el 23 de febrero? Pues va a hacer treinta años. Y bien que se van a encargar de recordárnoslo.

Pero a veces, las efemérides pasan de largo sin detenerse en nuestra puerta, tal vez por cansancio, tal vez por desconocimiento, acaso porque ya se borraron del inconsciente colectivo que les daba valor y no hay nada que perdure de ellas. Días atrás se han cumplido veinticinco años de la explosión en directo en las pantallas de televisión de todos los colegios estadounidenses del transbordador 'Challenger'. Nadie o casi nadie se ha encargado de rememorar la tragedia de Christa McAuliffe, la afortunada elegida del programa Teachers in Space con que la NASA reaganiana quería volver a ilusionar a los estudiantes.

Los jesuitas, por su parte, han conmemorado el sábado el vigésimo aniversario de la muerte del padre Arrupe, superviviente del holocausto atómico en Hiroshima y superviviente del 'diktat' del papa Wojtyla en la Congregación General 33, en la relativa intimidad de su solvente dominio de los nuevos medios de comunicación.

Acaba de morir Maria Schneider, la protagonista de 'El último tango en París' con el que suspiró toda una generación de españoles, y las reseñas de su vida se detenían en esa película de Bertolucci como si les fuera imposible seguir avanzando. Puede que a la protagonista de aquel film nihilista tan hijo de su tiempo, de las convicciones marxistas de su director, de la hipocresía que había rodeado las relaciones de pareja, también se le hiciera cuesta arriba seguir viviendo después de aquello.

Puede que a nosotros también se nos haga cuesta arriba seguir viviendo sin pararnos un minuto a mirarnos a nosotros mismos cuando estalló el Challenger, dimitió Arrupe o Maria Schneider gemía.

javier.rubio@elmundo.es

8/2/11

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