miércoles, 12 de enero de 2011

Epifanía de Guerra

SE PRESENTÓ el candidato Espadas en Fibes -que son ganas de mentar la bicha de la ampliación aún inconclusa- en un auditorio festoneado para la ocasión con sus furgones policiales a la entrada, medio centenar de funcionarios pitando, abucheando a los invitados y coreando eslóganes tan mordaces como «La mujer de Espadas es una enchufada», catorce autobuses en los que se había acercado a la militancia de las agrupaciones locales para llenar de sobra el aforo de mil plazas y una quincena de coches oficiales de alta gama que parecían aparcados para un anuncio ante las cascadas en funcionamiento del palacio de congresos.

Se presentó Espadas, pero quien se llevó la ovación de la tarde fue Alfonso Guerra, el candidato imposible, que fue capaz de sintetizar en cuarenta segundos la charleta desestructurada y reiterativa que Griñán y Espadas venían hilvanando en un pretendido repaso a las ideas fuerza del programa electoral. Guerra, al que le habían grabado un canutazo a la entrada del acto, fue capaz de enardecer al respetable con uno de esos quites por chicuelinas que tan bien se le dan: «Unos se ocuparían sólo de las tradiciones y otros querrían cargarse las tradiciones», dijo centrando el toro. Desmonterado, recibió en pie la ovación del público. Fue su epifanía en vez la de Espadas, a quien le habían regalado un vídeo de flamenquito con todos los tópicos del sevillanismo -«tus calles son trozos de cielo», pero cuidado con pisar donde no se debe- que la charleta con Griñán parecía combatir a base de remontarse al campus de excelencia universitaria, el cordón umbilical de un recién nacido que sirvió para curar a su hermanito y otros logros de tinte progresista resumidos en el lema del presidente andaluz: «La educación es la patria del socialismo».

Pero el ambiente estaba frío, porque el discurso del candidato no conectaba con nadie por más guiños que hacía a los líderes de las asociaciones vecinales presentes. Se dio un paseo virtual a trompicones por los barrios prometiendo parques infantiles, terminales de crucero y mucho liderazgo cooperativo, economía de escala, capitalidad metropolitana y ocio productivo que él sabrá lo que es, si hacer crucigramas o escuchar el adagio de la Quinta de Mahler, en homenaje al Guerra, que le había puesto en suerte el morlaco para que entrara a matar.

Y el candidato entró a matar. Asumió la herencia envenenada de Alfredo, miró de reojo dos veces a Zoido y concretó su única promesa del día: un campo de fútbol como se merece la Unión Deportiva Bellavista. Grandes aplausos y de vuelta al autobús.

javier.rubio@elmundo.es

11/1/11

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