martes, 25 de enero de 2011

La sospecha inevitable


La ciudad está hecha de derrotas, jalones construidos a base de lo que pudo haber sido y no fue, porque siempre se abre paso el camino inevitable, esa forma de hacer ciudad a merced de los intereses económicos de los poderosos, que son, no necesariamente por este orden, los dueños del lápiz con el que se pinta el urbanismo y los dueños del dinero con el que ese dibujo se materializa. En el bando de los derrotados, todos nosotros, los ciudadanos que pagan pisos a precios escandalosos, los obreros despedidos o prejubilados de una factoría que se traslada de sitio y hasta la memoria sentimental de la ciudad. Nada importa, todo se sacrifica en el altar de Moloc donde yace la ciudad soñada y de la que emerge, como un zombi, la ciudad inevitable que da título a esta sección.

De vez en cuando, un periodista quisquilloso se solivianta, desahoga su frustración en una página como ésta, se gana el reproche moral de quienes salen ganando y el vacío silencioso de los que salen perdiendo. Y se acabó: una nueva derrota hace ciudad por encima de intereses generales. Llevamos ya tantas...

Ha vuelto a suceder con los suelos de Cruzcampo en Nervión. Antes, ya vimos esta misma operación en los terrenos aledaños al campo del Sevilla cuando trajeron a sir James Stirling como una marioneta con la que distraer la recalificación bárbara de lo que hoy es, en términos arquitectónicos, la birria ramplona del Nervión Plaza. Y después de Stirling, con Ricardo Bofill, al que pasearon como el arquitecto del nuevo Puerto Triana que iba a levantar un «hito arquitectónico» aterrazado y de bajo impacto visual hasta que quitaron a Bofil de en medio y sacaron el rascacielos de la Cartuja. Y volvieron a usar de marioneta a César Pelli para que no se pudiera objetar nada a un proyecto vulgarcito tirando a malo que no aporta nada. Hasta la Universidad de Sevilla se apuntó al truco del arquitecto estelar: la futura biblioteca central que ocupaba suelos verdes recalificados por la vía del ordeno y mando sin mayor justificación que la propia voluntad de los recalificadores llevaría la firma de la arquitecto Zaha Hadid para que nadie pudiera ningún impedimento a una operación desvergonzada.

En los terrenos de Cruzcampo se recurrió a un dream team de la arquitectura internacional compuesto por Arata Isozaki, Jean Nouvel, sir Norman Foster y nuestro Guillermo Vázquez Consuegra para esconder tras el arrobo casi místico que producen sus proyectos la instrumental recalificación de los terrenos y la posterior venta de los mismos a precio de oro con plusvalías de 330 millones de euros para la cervecera nacida sevillana.

Esa recalificación no estaba en el Avance del PGOU, ni ningún grupo de trabajo de los que habían participado en la redacción del documento la había solicitado. El ex presidente de la compañía había mandado una carta al alcalde renunciando a desmantelar la centenaria fábrica y hacer caja con los suelos.

Hasta que las fuerzas del mercado -ése contra el que claman los socialistas- rompió todos los diques: un nuevo presidente de Cruzcampo pidió, también por carta, la recalificación una vez que el PA había desaparecido de la escena del urbanismo sevillano. La primera cifra de suelo residencial que se barajó fue de 40.000 o 50.000 metros cuadrados para viviendas, pero con ese volumen no salían las cuentas.

Intermediarios y comisionistas

Los intermediarios y comisionistas -que lo mismo actúan en el País Vasco que en Brasil- acudieron como las moscas a un panal de miel para engordar los números de la operación, que acabó rondando los 1.000 millones de euros cuando estuviera completa. Con la previsión de vender a precio de 6.000 euros por metro en las viviendas libres, todos fueron añadiendo ceros a la operación: se colaron más del 40% de VPO, se canjeó empleo fabril de Heineken por suelo, se incluyó una torre emblemática de veinte plantas y se trajo a los arquitectos que iban a proyectar, entre la admiración general, un nuevo barrio en Sevilla.

El estallido de la burbuja inmobiliaria hizo el resto. La alavesa Urvasco, que se había hecho con los suelos a precio de oro, tuvo que entregarlos a los bancos que le habían prestado el dinero para la operación a finales de 2009, acuciada por las deudas y la falta de liquidez.

Las ocho cajas de ahorro y un banco que se hicieron dueños del suelo pronto desecharon la idea de unos arquitectos divinos y se centraron en lo que, de verdad, les importa: desarrollar el suelo y sacarlo del inmovilizado del balance. En ésas estamos.

Sevilla se queda sin su barrio de diseño, tras el que se escondía una recalificación de tomo y lomo. Fuera máscaras: las fuerzas del mercado vuelven a ganar. La sospecha de que nos han estafado es inevitable.

javier.rubio@elmundo.es

24/1/11

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