miércoles, 12 de enero de 2011

Que subasten los tronos

EL DATO de la población reclusa entre los reyes magos de la cabalgata del Ateneo que se ofrecía ayer a los lectores no lo supera ni el Bronx en sus años chungos, porque es bien sabido que los índices de criminalidad en las grandes ciudades norteamericanas han caído una enormidad en los últimos tiempos y ya no es plan de seguir achacándolo al aborto de los hijos no queridos como hicieron los freakonomics Levitt y Dubner.

Un 33 por 1.000 de reyes magos enchironados es una estadística aterradora, que pone los pelos de punta: una de dos, o el Ateneo se equivoca mucho o los reyes se pasan a las filas del mal aprovechando para sus delitos los guantes blancos del traje. Menos los de Baltasar, que son negros, los guantes, no los delitos.

Si a los que han dormido en el calabozo se les suma los que andan en pleitos, entonces la cifra que sale es como para salir corriendo antes de que el rey de turno te dé un abrazo, con la cartera bien vigilada.

Y si la estadística se engrosa con los empresarios que han pegado el barquinazo o han acabado vendiendo lo suyo y viviendo de las rentas, entonces… la que sale retratada es Sevilla en esencia: una ciudad que vive de las apariencias pero con unos cimientos tan endeblitos que al primer arechuchón se le viene abajo el tinglado.

Quizá lo que falle sea el sistema de elección. Como está pensado para alimentar la vanidad de quien se siente llamado a tan alta función representativa una tarde al año, se propicia este mercadeo por lo bajini para que nadie se entere de que Fulano está tieso y no tiene con qué comprar los caramelos, para que Mengano cierre un trato desde lo alto de la carroza fardando de lo que no tiene o para que Zutano no se sienta herido en su amor propio porque sólo le concedieron la corona de Gaspar cuando a su enemigo íntimo Perengano le brindaron en bandeja la de Baltasar, figúrense que distingos hacen.

Así que lo que procede es abrir ventanas, encender los focos y que se subasten los tronos de los reyes magos. A ser posible, en Internet, en una conocida casa de pujas, para que todos viéramos la importancia que cada cual le concede a tan alto honor. Menudas sorpresas íbamos a llevarnos.

Si no se quiere hacer eso, entonces lo que procede es profesionalizar la cabalgata, dejarla en manos de un grupo de animación callejera y quitarle el tufo a sacristía y a casa de hermandad -con sus rencillas, sus malquerencias y sus puñaladas por la espalda- que la está matando. Eso o hacer apuestas sobre quién será el próximo rey mago en dormir a la sombra.

javier.rubio@elmundo.es

05/1/11

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