jueves, 13 de enero de 2011

Heráclito se baña en el Betis

CUÁNTA AGUA habrá pasado bajo los puentes desde que Alejandro Rojas Marcos se presentó en la campaña electoral con aquella idea tan sugerente de convertir el Guadalquivir en la calle principal de Sevilla. Aún tengo frescas en la memoria aquellas postales con el trazado del viejo Río Grande de los árabes pintado en rojo tal como discurre, de norte a sur, como el contorno de un corazón. Corría el año 1987 y todavía no se había puesto en marcha la campaña del «Amo Sevilla». Veintipico años después, seguimos en la misma zapata del puente.

Antes de esa fecha, ya se había producido la primera intentona municipal para recuperar la margen izquierda de la dársena entre los puentes de San Telmo y del entonces Generalísimo. Los socialistas gobernantes, con Beneroso al frente del Urbanismo y Del Valle de alcalde, habían buscado ideas para construir un waterfront inspirándose en el de Londres en la fachada de Battersea al Támesis. Aquello se quedó en Costa Delicias, que eran unos chiringuitos para cubatear en verano.

El candidato socialista, Juan Espadas, ha rescatado el río como arteria principal de la ciudad. O, al menos, eso se deduce de su trastabillada intervención del lunes en Fibes: propone «impulso a la actividad turística a través de nuevos aprovechamientos del río» para el Casco Antiguo; «zona de actividades fluviales recreativas y de ocio en la dársena» para el distrito Macarena; y «desarrollo de actividades náuticas mediante la instalación de un nuevo puerto deportivo» para Los Remedios.

Imagino que Alfonso Guerra se removería en su asiento en el auditorio del palacio de congresos. Porque la historia del puerto deportivo es de 1988, cuando el difunto Manolo Prado y Colón de Carvajal desembarcó en Sevilla como émulo de su antepasado, el Almirante de la Mar Océana, para hacer las Indias. El proyecto Marina de Sevilla preveía enajenar el frente fluvial del cauce histórico de los Gordales para instalar allí un puerto deportivo de lujo y un hotel con el nombre de Juan Carlos I. Guerra se cargó el invento en el consejillo de subsecretarios impidiendo a Patrimonio autorizar la operación.

De aquello va para un cuarto de siglo. Y todavía seguimos en las mismas, dándole vueltas al río. El que no quiere poner un bus fluvial (Zoido o Torrijos), quiere construir un distrito financiero (Monteseirín) o hacer una playa urbana (Rojas Marcos), pero a la postre nada cobra cuerpo como si la ciudad fuera incapaz de modelar los resbalosos y escurridizos limos de la orilla del Padre Betis. Heráclito podría haberse bañado dos veces o más en el río que nos lleva.

javier.rubio@elmundo.es

12/1/11

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