martes, 23 de febrero de 2010

Arquitectura de progreso

Cuánta razón lleva el compañero Recio. Su certera descripción en el periódico de ayer de las vicisitudes por las que atraviesan los grandes proyectos encargados a figurar del star system de la arquitectura no puede ser más desolador: “Si ha sido así en la década de vacas gordas, da miedo pensar cómo será el panorama en adelante”.

El sueño que un día acarició Monteseirín –¿por qué será que siempre nos tocan los alcaldes más soñadores para un pueblo?- se ha venido abajo con estrépito. Foster, Isozaki, Nouvel y Vázquez Consuegra no van a proyectar el nuevo barrio residencial sobre los terrenos de la Cruzcampo en Nervión; la biblioteca universitaria de Zaha Hadid está paralizada por orden judicial; el rascacielos de la Cartuja anda por los cimientos sin atreverse todavía a emerger por el riesgo de que más dura sea la caída; y de las ‘setas’ de la Encarnación cuya maqueta se exhibió en el MoMa como si fuera el brazo incorrupto de Santa Teresa ya está dicho todo y aún ni se sabe cuánto falta para verlas terminadas.

Es lo que pasa cuando se confiere a los arquitectos un carácter casi demiúrgico para transformar las ciudades a base de millones de euros de las esquilmadas arcas públicas o cuando las ansias especulativas del mercado se parapetan tras nombres sagrados contra los que las críticas y las objeciones parecen no tener cabida.
Lo acaba de hacer el rector de la Hispalense –el hombre que se rectificó a sí mismo sin torcer el gesto, que ya es mérito- no sólo con Zaha Hadid sino con Umberto Eco.
Se me ocurren dos preguntas capciosas: ¿se prestan más libros en un edifico de Zaha Hadid que de un humilde recién titulado? Y, ¿es el Prado el lugar más accesible para los universitarios repartidos en tres o cuatro campus por toda la ciudad?

Porque el progreso para una ciudad tendría que ver más con la calidad de vida de sus ciudadanos y el nivel de cultura con que se desenvuelven que con hitos arquitectónicos deslumbrantes a todo color a doble página en las revistas de arquitectura, pero sin alma que los habite. ¿Es que estos megarquitectos son capaces de aprehender el carácter, la idiosincrasia, las peculiaridades de una ciudad sin haberla visitado antes o en una simple tarde de paseo? ¿O es que los proyectos son intercambiables y en realidad la excusa de que hacen paisaje por sí mismos vale para calzárselos al primer alcalde que los pida?

Está muy bien tener un foster o un zaera o un rogers, pero está mejor que los autobuses lleguen a su hora a todos los rinconces del centro histórico antes de darlo por clausurado.

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