lunes, 8 de febrero de 2010

Evocación de la ceniza

ESTE ARTÍCULO que todavía no tiene forma, que todavía no tiene título y que todavía tiene que pasar de las musas al papel, cuadraría mejor el Miércoles de Ceniza en que la Iglesia se encarga de recordarnos que del barro nacimos y al polvo volveremos. Pero si se escribe hoy, festividad de San Blas, mucho antes de que principie la Cuaresma, es porque la muerte de Juan Escámez, el alcalde de Sanlúcar la Mayor, se ha cruzado arrollándolo todo en el camino de vuelta del colegio de las niñas a primera hora de la mañana.

¿Qué hace especial la muerte de este antiguo jefe de escoltas de Chaves cuyo decisivo papel en la astracanada bufa del seguimiento al presidente de la Caja San Fernando entrevistándose con el espía en una casa deshabitada a oscuras nunca se examinó a fondo? ¿Qué tiene de particular su fallecimiento que no tenga el de otros millones de personas en todo el planeta?

Nada. Por eso da escalofríos. No hay nada en su rutinaria vida de alcalde de pueblo y padre de familia que pudiera desencadenar su súbita desaparición. Ninguna enfermedad, ningún accidente imprevisto, ninguna trágica casualidad, nada. Sólo la sombría certeza de que a cualquiera le puede pasar que un día se eche a dormir, se sienta indispuesto, se levante y acabe desplomado en el suelo de la cocina. Estaba sugestionado, lo reconozco.

Mi párroco me ha hecho llegar una presentación que circula por internet con la desgraciada historia de la École Paroissiale de Saint Gérard que los redentoristas inauguraron en Puerto Príncipe el 13 de diciembre pasado. Niños felices y sonrientes con sus uniformes azulones y sus camisitas rosas posando para el fotógrafo en la escalera del colegio, danzando descalzas en el presbiterio o cantando los parvulitos en un entarimado como lo harían en cualquier colegio de cualquier parte. Ni un mes después, la escuela parroquial había quedado reducida a escombros y trescientos de sus alumnos y profesores habían perecido sepultados bajo los cascotes.

Pero en el caso de Escámez no hay ni siquiera el recurso de pensar que una fuerza telúrica superior a todo e imposible de detener se lo ha llevado por delante. Nada. La vida pende de un hilo tan frágil que lo admirable es que nos siga sosteniendo un día y otro día, un año y otro año.

No, no podía esperar al Miércoles de Ceniza para esta evocación de nuestra feble condición de mortales. Basta con despertarse cada día y celebrar que seguimos con vida. Gracias a Dios.

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