miércoles, 3 de febrero de 2010

Vaya semanita, alcalde

La semana pasada cayeron chuzos de punta en Sevilla. No, no es la continuación de ningún temporal como el que hemos tenido este invierno, sino la constatación de que se torcieron muchas de las expectativas y salieron rematadamente mal otras de las iniciativas que la ciudad tenía planteadas. Si no fuera por el buen hacer de los cirujanos plásticos del Virgen del Rocío y la absorción de Caja Guadalajara por parte de Cajasol, la semana hubiera sido para tirarla a la basura.

Empezando por el lunes en que el rector se enmendó a sí mismo la plana suspendiendo el controvertido artículo 20 que venía a consagrar el derecho a copiar por mucho que se niegue a verlo: cuando me salto un semáforo en rojo en presencia de los agentes, el policía me da el alto ipso facto y detengo mi viaje inapelablemente sin posibilidad de que me apunten la matrícula y me dejen seguir el viaje a toda carrera con la excusa de que una comisión paritaria de tres policías locales y tres conductores en la que poder alegar la urgencia del trayecto examinará el caso.

Peor fueron las explicaciones del propio rector en sendas entrevistas al día siguiente en las que venía a decir que el logro de las nuevas instalaciones construidas durante su mandato y el anterior, cuando él mismo era vicerrector de Infraestructuras, no podía empañarse con una polémica como la de las chuletas.

¡Cuándo vendrán a darse cuenta de que lo que importa en la educación es la transmisión del saber por encima de las condiciones materiales en que se produce! En la Universidad lo fundamental es que enseñen los mejores, no que las aulas sean las mejores. Pero en fin, esto que resulta tan sencillo no parece al alcance de muchos...

La semana había comenzado con esa marcha atrás de la Universidad, pero no iba a quedar ahí la cosa. El miércoles, este periódico revelaba que un concejal del equipo de gobierno se había apropiado de una caseta de Feria con todos sus avíos por el procedimiento de solicitarla a su nombre aprovechando un cambio de ubicación. El escándalo es de aúpa por la sencilla razón de que no hay que ser un lumbrera para advertir hasta qué punto ha llegado la barra libre con la que los políticos se sirven de los bienes comunes.

Entre tanto, la situación de dos industrias vitales para el entramado económico de la ciudad _–o lo que quede de él tras la crisis– seguía en el aire: a las negociaciones para salvar el programa del avión militar de Airbus que se ensambla en Sevilla no se les veía salida fácil ni rápida y la llamada hoja de ruta para la retrocesión de los astilleros privatizados embarrancaba definitivamente y la situación se volvía cada vez más tensa.

Ese mismo miércoles se conocía la auditoría de Mercasevilla encargada a raíz del episodio de presunta corrupción en su cúpula directiva descubierto: un déficit de 14 millones de euros que aboca la empresa pública al cierre si no se le hacen llegar fondos adicionales. Una catástrofe de la que el Ayuntamiento es plenamente responsable.

Pero eso no era todo. El jueves se conocieron dos noticias demoledoras para la ciudad. Por un lado, el pleno municipal del día siguiente tenía previsto (como en efecto ocurrió) aprobar una consignación extraordinaria de 17 millones de euros para garantizar la construcción del malhadado proyecto de las setas de la plaza de la Encarnación. Las justificaciones eran tan endebles y el dineral es tan abultado que los responsables del equipo de gobierno municipal tenían muy poco donde aferrarse para que no se los llevara la indignación y el hartazgo que se percibe en la opinión pública de la ciudad.

Por si fuera poco, ese mismo día se daban detalles del informe de la comisión de expertos convocada por el Ministerio de Cultura sobre la construcción del rascacielos de la Cartuja. El dictamen final deja claro que la erección de ese edificio se atiene a la normativa urbanística y patrimonial vigente y está todo en regla, pero señala expresamente que la intrusión en el paisaje urbano es «excesiva, indudablemente negativa, sobre un territorio de transición que demanda una escala y configuración más atenta al diálogo con la ciudad histórica». Eso se llama, guardando las formas, invitar a que no se haga.

¿Dónde estaba el alcalde?

Mientras todo eso acontecía en la ciudad, que no es poco, la única noticia que reflejaron los medios relativa al alcalde de Sevilla que todavía lo sigue siendo –al menos no hay constancia oficial de que haya cedido los trastos a ningún segundón– fue su asistencia a un acto público. Nada de nada: faltó el día anterior al consejo de administración crucial de Mercasevilla y dejó que su concejal de Urbanismo lidiara el morlaco de la Encarnación. Eso sí, el jueves por la tarde acudió sonriente a hacerse una foto. Sin que conste ninguna declaración oral. Allí coincidió con el rector de la Hispalense al que todavía le quedaban ganas de fotografiarse después del ridículo nacional. ¿Qué acto era ese tan capital para la ciudad que no podía perderse? El relevo en la presidencia del Ateneo.

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