martes, 16 de febrero de 2010

Marchena, el hombre clave

Los dos escándalos que han sacudido la semana pasada las ya de por sí corrompidas aguas de la política municipal tienen un nexo común en la persona del hoy consejero delegado de la empresa de aguas Emasesa, Manuel Marchena. Este catedrático de Geografía cuya carrera política se ha desarrollado por entero a la sombra de su amigo Alfredo Sánchez Monteseirín a lo largo de los últimos diez años está en el centro de la polémica tanto en la construcción del «proyecto imposible» del Metropol Parasol de la Encarnación como de la operación de compraventa de los terrenos de Mercasevilla bajo instrucción judicial en estos momentos.

No es gratuito que Marchena aparezca en ambos episodios, ciertamente poco edificantes en lo tocante a la actuación del Ayuntamiento en ambos casos. Desde su llegada al poder, Marchena se ha convertido en el consejero áulico del alcalde, quien ha ido descargando cada vez más responsabilidad en aquel, hasta hacer de él su valido, que controla las empresas municipales a través de la agrupación de interés económico (AIE) De Sevilla. No hay nada que se cocine en el Ayuntamiento sin que Marchena esté al tanto.

Desde los puestos clave que ha ejercido (asesor del alcalde, gerente de Urbanismo, consejero delegado de Emasesa y vicepresidente de la AIE), Marchena ha tenido que ver con la puesta en marcha de dos de los hitos fundamentales de la gestión de Monteseirín como regidor: la televisión municipal, convertida en vocero permanente del gobierno municipal como el Consejo Audiovisual señala atinadamente cada vez que le dejan echar una miradita a sus informativos; y el tendido del tranvía con sus catenarias de quita y pon.

Pero antes de que los dos escándalos de la semana pasada salpicaran su nombre, la gestión de Marchena en Urbanismo ya había quedado seriamente comprometida con la decisión de pagar en billetes de 500 euros la indemnización bajo cuerda para que los chabolistas de Los Bermejales levantaran el vuelo y permitieran la urbanización de la zona. Aquella decisión, a todas luces desacertada, tiene un componente simbólico en la ejecutoria de Marchena, quien en ese caso no dudó en anteponer los fines perseguidos a los medios con que se obtendrían.

Algo así parece deducirse de las revelaciones de la semana pasada en Diario de Sevilla en torno al informe dirigido a Urbanismo en el que se advertía de la imposibilidad de continuar con la erección de las llamadas setas de la Encarnación, según el proyecto constructivo que había presentado el arquitecto Jürgen Mayer.

Poco antes de las elecciones municipales de mayo de 2007, Marchena tuvo conocimiento de ese documento como gerente de Urbanismo que era entonces, pero en vez de obrar en consecuencia, se encargó de ponerlo a buen recaudo para que su difusión no pudiera dañar la imagen ante el electorado de su amigo y protector, Alfredo Sánchez Monteseirín. Otra vez es posible rastrear en esa desacertada actuación la tendencia a pervertir –podríamos definirla como corrupción moral– el fin y los medios.

Manuel Marchena se ha convertido en el principal valedor del alcalde y en fustigador de quienes le critican. Se ve a sí mismo como un ilustrado reformador con el cometido de sacar a Sevilla de la superchería y el oscurantismo que están en la raíz de su atraso secular y freno al progreso material y económico. El argumento, como se ve, no es nada novedoso, pero le ha dado resultado.

Su afán por modernizar Sevilla no le supone contradicción alguna con perseguir la compañía de aristócratas, cofrades, toreros y otros elementos a priori retardatarios en la maniquea concepción de la ciudad con que se maneja. De hecho, desde su puesto clave en la Gerencia regó con abundante dinero público a varias cofradías en lo que acertadamente se ha definido como «urbanismo morado» con el fin último de mantener del lado de Monteseirín –o al menos, garantizarse su inhibición en la escena pública– el poliédrico mundo de las hermandades en una estrategia en la que puede volver a rastrearse la contradicción entre el fin y los medios.

Ahora, su nombre salta en una declaración ante la policía de un directivo de una inmobiliaria resentido por la maniobra municipal para despojarlo de un negocio que rozaba con los dedos. La jueza Mercedes Alaya –que se va a quedar sin folios para instruir de tanto que está abarcando– ha pedido que se investigue a Marchena, quien habría mediado para apartar a la promotora Larena 98 de los jugosos terrenos de Mercasevilla con la promesa de futuras adjudicaciones amañadas.

La juez está en su papel de despejar las dudas razonables que suscita esta explosiva declaración policial. Pero a quienes conocen la trayectoria de Marchena, su celo por servir a la ciudad de Sevilla, su afán por contribuir a su progreso, sus desvelos por ayudar en todo momento al alcalde Monteseirín, no le cabrán dudas sobre su comportamiento en éste y otros casos parecidos. ¿De verdad creen capaz a Marchena de apalabrar contratos públicos para favorecer a una empresa?

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