miércoles, 24 de febrero de 2010

Nuevo estilo en Palacio

MONSEÑOR ASENJO ha dicho algunas cosas que alguien tenía que decir. Y las dice muy clarito, para que nadie pueda argüir que no entendió el mensaje. Por supuesto, el arzobispo –liberado ya de las tutelas y de las administraciones apostólicas del último año– es un hombre prudente que se muerde la lengua antes de contestar lo que no debe o no quiere, pero cuando replica es porque quiere decir eso justamente que dice.

En la entrevista que hoy publicamos en estas mismas páginas, suelta algunas de esas sentencias que les van a quedar clarísimas a quienes tienen que quedarles. Por ejemplo, cuando habla de las coronaciones canónicas, que parece que es el asunto capital sobre el que está girando el universo de los cofrades, para señalar que no tiene sentido dedicar «migajas para los pobres» mientras las hermandades se empeñan (no es metafórica la expresión) en imposibles. El que quiera saber más, que pregunte en Benamejí.

Sabe que las cofradías son un semillero de vocaciones, un caldo de cultivo para la proyección social de la Iglesia y también una fuente de quebraderos de cabeza en asuntos tan nimios que no les va a prestar demasiada atención.

Alguien que ha sido secretario de la Conferencia Episcopal, que ha organizado una visita del Papa a España, que ha estado a la sombra de don Marcelo (el de allí) y que ha toreado con el morlaco de CajaSur antes de que le afeitaran los pitones los malagueños de Unicaja no va a estar encima de esas discusiones minúsculas: si la carrera oficial tiene que arrancar en la Magdalena o ya puestos, en el Altozano, y que todas las cofradías puedan lucirse a contraluz en el puente como el Cachorro; o si la Misión se eclipsa con el Sol.

El arzobispo reclama para sí no un doctorado en religiosidad popular andaluza, pero sí al menos un bachillerato después de los seis años en Córdoba. Conoce el paño. Y sabe administrar los tiempos, los elogios y las reconvenciones, porque de todo habrá, muy probablemente, en su pontificado. No le va a decir a nadie aquello que está deseando oír, sino lo que cree que debe escuchar en cada momento. Con la franqueza de buen castellano, pero sin titubeos ni medias palabras a las que tan acostumbrada está la grey sevillana.

Es más romano que florentino. Y más canónico que mediático. A los medios les tiene la afición justa y la prevención mínima. Es inteligente y muy capaz, pero con lo que desarma es con su llaneza. Tiene más de don Marcelo (el de aquí) que de don Pedro (que también fue de allí). Sabe a lo que ha venido. Cuanto antes lo sepan también los demás…

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