martes, 23 de febrero de 2010

Un centro sin coches ya existe

No es difícil imaginar un centro histórico cerrado al tráfico rodado. Y además lleno a rebosar de sevillanos y turistas deambulando por sus calles, llenando como nunca bares y restaurantes, apropiándose del espacio urbano público arrebatado a los automóviles, como quiere hacer el equipo de gobierno municipal a partir de septiembre, más o menos, porque ni los plazos, ni el coste, ni las afecciones están claras en este pomposo plan de tráfico del centro de la ciudad del que no se sabe nada más que se quiere poner en marcha.

Un centro histórico extenso como el de la capital andaluza vedado a los vehículos donde el peatón es el rey. Nadie, o casi nadie, protesta: ninguna asociación de comerciantes lo considera un dislate; ningún médico o notario sopesa la posibilidad de cerrar su gabinete y mudarse a otra zona de la ciudad mejor comunicada. Nada de eso ocurre en el ejemplo que traemos a colación.

Todo eso pasa en Sevilla durante la Semana Santa en que la muchedumbre se adueña de las calles y los automóviles son desplazados de un itinerario peatonal que va desde Puñonrostro a la Puerta Real y de la Pasarela a la Alameda. Simplemente, los automóviles no pueden entrar al centro. Ni los autobuses urbanos. Ni el tranvía siquiera cuando hay mucha aglomeración de público. Y ya veremos si el metro funciona o la estación de la Puerta de Jerez se colapsa con la extraordinaria afluencia de viajeros y hay que acabar clausurándola.

El reverso de esa moneda es un caos circulatorio insoportable en el que la anarquía se apodera de las calles y los automovilistas invaden aceras, arriates, isletas y hasta medianas para aprovecharse al máximo de la cercanía al centro de esos estacionamientos improvisados según a cada conductor le conviene. Para que no pase ningún vehículo por la Campana todas las tardes durante una semana, se condena a los vecinos de Torneo, de Amador de los Ríos o de la Carretera de Carmona a soportar una auténtica invasión motorizada a la que el Ayuntamiento se ve incapaz de poner coto.

Todo eso sucede con el cuerpo de la Policía Local movilizado al completo controlando los accesos al centro y los desvíos. Desbordado, incapaz de hacer cumplir la más elemental disciplina al volante, sobrepasado por los acontecimientos de una masa de vehículos que pugna por acercarse lo más posible al centro, el Ayuntamiento acaba haciendo la vista gorda ante la marea de desobediencia colectiva a las normas de la circulación. Total, es una semana al año.

Ese mismo Ayuntamiento incapaz de contener a los automovilistas pese a desplegar a todos sus agentes de la autoridad en la calle es el mismo que ahora nos quiere convencer de que es capaz de impedir que los automovilistas entren al casco histórico, desde el Arco de la Macarena hasta el palacio de San Telmo, mediante un sofisticado sistema de cámaras de vigilancia y artilugios para reconocer ipso facto al infractor, emitir la sanción, comunicarla en tiempo y forma y cobrarla finalmente. Ya, como en Semana Santa con los todoterrenos que aparcan encima de cualquier acera, vamos.

El plan anunciado la semana pasada como al desgaire por el concejal de Movilidad pretende expulsar a los automóviles del centro de la ciudad, pero puede acabar expulsando también a sus ocupantes. Al fin y al cabo, residir, comprar, visitar despachos profesionales o alimentarse en el centro no es obligatorio para nadie y, quién sabe si a la vuelta de unos años, con la estricta observancia de este modelo peatonal, los sevillanos encuentran más cómodo residir, comprar, visitar despachos profesionales o alimentarse en otros barrios de la ciudad.

Son mayoría, pero por mucho, los ciudadanos que pasan la mayor parte del tiempo sin acudir para nada al centro. Quizá de Pascua a Ramos. Sólo un acontecimiento ligado a la memoria sentimental de la ciudad como las cofradías o determinadas convocatorias en fechas muy señaladas como Navidad tienen el suficiente poder de convocatoria como para invertir la tendencia y atraer público al centro de la ciudad.

Con una menguante oferta de ocio y entretenimiento (qué se hizo de los cines y los teatros), con una cada vez más escasa presencia de comercio especializado capaz de ofrecer algo distinto a lo que se vende en los centros comerciales de la periferia, con una disminuida ubicación de consultas, organismos oficiales y centros de poder y con una oferta gastronómica también a la baja, el centro va perdiendo reclamos.

Le queda, eso sí, la monumentalidad y el inconmensurable patrimonio arquitectónico que atesora, pero siendo su gran baza representa el mayor riesgo también de quedar convertido en un parque temático despojado de vida donde los usos urbanos se hayan reducido a los ligados a la actividad turística.

Ir de San Julián al Altozano andando puede ser una agradable actividad lúdica para el paseante sin prisa, pero un suplicio para quien está trabajando o haciendo gestiones. Salvo que sea para ver la Estrella después de ver salir la Hiniesta. Sólo que sólo hay un Domingo de Ramos en el calendario y 52 martes con frío, llueva o sol abrasador.

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